La Bestia Política

Crónica del último beso, película imborrable de la despedida a una heroína en Tlaxcala

En honor de Erika, policía acaecida en cumplimiento a su deber. A un año de su muerte.

CRÓNICA/Fabiola MÁRQUEZ/ Después del último beso -no en la mejilla, ni en la frente como se acostumbra, sino al vidrio frío de un féretro de madera que separó al pequeño Enrique y a su madre Erika para siempre- una a una las hojas del calendario cayeron inexorables: 365 para ser exactos.
En el registro de la memoria queda la fecha imborrable: madrugada de jueves 13 de julio de 2023 Erika dejó de existir. El corazón de la policía municipal de Apetatitlán de Antonio Carvajal se detuvo.
La víspera, tarde de miércoles, fiel a su vocación y a su compromiso con la sociedad, ella y otras mujeres de la Policía de Género hicieron frente a sujetos armados que, minutos antes, habían asesinado a balazos a un hombre.
Tenía 32 años de edad. Originaria de Acxotla del Río, municipio de Totolac, dejó en la orfandad a tres menores de edad.
La carpeta de investigación CIUIHOM-S/46/2023 guarda información de sus últimos minutos: Erika ingresó al área de urgencias el 12 de julio de 2023, herida por dos proyectiles de arma de fuego en la frente. A las 04:40 horas del día siguiente perdió signos vitales, después de los sucesos acontecidos a escasos metros de la presidencia municipal de Apetatitlán.
«Muy tristemente nuestra compañera oficial Erika Morales ha fallecido. No hay palabras que reconforten a sus hijos y familiares. Nuestras oraciones están con ellos y acompañamos su dolor…en especial mi acompañamiento hasta el último día de mi administración a sus tres pequeños hijos. ¡Que Dios la tenga en su Santa Gloria!”, expresó el alcalde Ángelo Gutiérrez al enterarse del deceso.
Hoy, un año después, el presidente municipal panista -que el último día de agosto dejará el cargo- escribió: «te recordamos con mucho cariño a un año de tu partida, querida Erika».

EL ÚLTIMO BESO.

Hace 365 días, a sus 7 años de edad, Enrique -sin derramar ninguna lágrima- no entendía ni comprendía la dura realidad, aunque era la última vez que tendría de frente a su mamá.
En el panteón, antes que algunos hombres depositaran el féretro en la profunda fosa, solo atinó a reclinarse, a posar sus manitas sobre el vidrio y besar el ataúd color caoba, sostenido por las manos de una mujer mayor de cabello nevado y gafas oscuras. “Adiós, mamá”, dijo con palabras tenues. Fue la despedida.
“A ti, que me diste tu vida, tu amor y tu espacio;
A ti, que cargaste en tu vientre dolor y cansancio;
A ti, que peleaste con uñas y dientes,
valiente en tu casa y en cualquier lugar;
A ti, rosa fresca de abril,
A ti, mi fiel querubín…”

Es la voz del cantante de un mariachi que, más allá, gorjea la letra de “Señora, señora”, icónica canción de Denisse de Kalaf, esa que cada 10 de mayo es interpretada miles de veces, hasta el cansancio, en un justo homenaje a quienes tienen la dicha de procrear.
“Tu nombre es un nombre común, como las margaritas;
siempre en mi boca, presencia constante en mi mente;
Y para no hacer tanto alarde,
esta mujer de quien hablo,
es linda mi amiga, gaviota,
su nombre es: mi madre…»
El 15 de julio, día del sepelio, mañana de sábado con un sol a tope, la despedida de Enrique conmueve aún más a los ya de por sí dolientes. Una imagen -en la cubierta blanca del féretro- de la última cena protagonizada por Jesucristo y sus 12 apóstoles atestigua muy de cerca la despedida de Enrique y Erika.
Mujeres y hombres -algunos vestidos de policías- aplauden y lloran, pero también claman justicia.
Pamela de 14 años, y Jean Carlo de 12, los hermanos de Enrique se miran compungidos.
Un día antes, en las exequias para honrar a Erika, el pequeño Enrique preguntó varias veces a su abuela por su madre, pero a ratos se sustraía de la doliente escena para encontrar refugio con una pelota, su otra gran amiga.
Afuera de su casa, en la comunidad de Ocotelulco, en el domicilio enclavado en una pendiente, hay flores y coronas. Se trata de una pequeña construcción que todavía está en obra negra, a la que Erika soñaba con que sería su hogar. El pasillo que da acceso a la pequeña vivienda, Enrique lo convierte en “su” cancha de fútbol. A veces grita, eufórico, cuando anota un gol. Una de sus primas, de la misma edad que él, comparte el juego.

EL ÚLTIMO DÍA DE TRABAJO DE ERIKA. LA TRAGEDIA.

El 12 de julio de 2023, Erika salió de su casa, como todos los días, para irse a su trabajo en el ayuntamiento de San Pablo Apetatitlán. Abrazó a su madre, a sus tres hijos y -contrario a su costumbre, lo que nunca hacía- les dijo adiós. También pidió la bendición a su progenitora. El premonitorio gesto causó extrañeza a toda su parentela.
El destino estaba escrito porque a sus 32 años de edad, la tarde de aquel día, fue víctima de un ataque directo al intentar detener a un sujeto que, segundos antes, asesinó a un hombre en Apetatitlán.
El hombre víctima de la agresión quedó tendido en la calle: un solo tiro cegó su vida, minutos antes de las 17:00 horas, cuando cuatro presuntos delincuentes lo agredieron a mansalva, en las calles Zapata y Camino de Jesús.
Al escuchar las detonaciones, mujeres adscritas a la policía de género de Apetatitlán -que estaban cerca de la escena, prestas a cumplir con su responsabilidad en la estrategia de proximidad social-, corrieron y enfrentaron a los agresores.
En un acto por demás valiente y heroico, Erika sometió a uno, pero no contó que otro le dispararía a quemarropa.
Herida de gravedad fue trasladada al Hospital General de San Matías Tepetomatitlán, donde luchó por su vida, pero a las 04:40 horas del día siguiente se quedó sin signos vitales, perdió la última batalla y sus ojos se cerraron para siempre.

EL ÚLTIMO PASE DE LISTA.

Erika regresó a la sede de su trabajo en Apetatitlán solo para recibir un homenaje y estar ahí, en el último pase de lista como elemento de la policía municipal.
El alcalde de ese lugar, Ángelo Gutiérrez juró que estaría pendiente de los tres hijos de la oficial que dio su vida por defender a los ciudadanos de su municipio.
«Hasta que tenga vida (sic), estaré pendiente de tus hijos. Vete tranquila. Tu familia no quedará en el desamparo. Nosotros, hasta el último momento, no solo en el tiempo que estemos en el cargo, velaremos por sus hijos y a título personal como ciudadano me comprometo a estar al pendiente de ellos hasta su mayoría de edad”, expresó el presidente municipal, mientras se persignaba para después besar el féretro.

Abatidos por el dolor, sus compañeros señalaron que su legado permanecerá entre ellos.
En medio de aplausos, fue despedida mientras el cortejo fúnebre partía hacia la iglesia de San Esteban Tizatlán, donde se ofició una misa de cuerpo presente.
CLAMOR DE JUSTICIA: QUE EL ASESINO NO SALGA. ¡MALDITO, MIL VECES MALDITO!
Presa del dolor, Carmen Vázquez Cruz, recordó a su hija como una niña talentosa, traviesa y muy responsable, quien cumplió su sueño de ser policía para ayudar a la gente.
Yasmín Morales, su hermana, fue más dura en su exigencia de justicia: «si los tuviera enfrente, no dejaría un cachito de ellos. Mi hermana ya no pudo cumplir sus sueños”.
Sobre el ataúd, colocó su último uniforme policial, el que vestía al momento de enfrentar a los delincuentes.
Recordó el último día que la vio y se despidió de ella, sin saber que era un adiós para siempre.

LA CITA CON LA TIERRA. SU NOMBRE ES MI MADRE.

Érika fue despedida entre gritos de justicia y aplausos.
Puños de tierra cayeron sobre ella.
Sus tres hijos, su madre, hermanas y familiares le dieron el último adiós.
Enrique, el más pequeño descendiente de Erika, tomó las manos de quienes seguramente lo acompañarán en este camino llamado vida y se fundó en un abrazo con sus hermanos y abuela.
En el cementerio, ahora el mariachi entonaba “Caminos de Guanajuato”, la célebre canción del guanajuatense José Alfredo Jiménez que, invariablemente, en las exequias de alguien suele escucharse con su desgarradora letra.
“No vale nada la vida,
la vida no vale nada;
comienza siempre llorando,
y así, llorando se acaba;
Por eso es que, en este mundo,
la vida no vale nada…”