El fuego en Atltzayanca arrasó con hectáreas de bosque, sí. Pero también redujo a cenizas el discurso triunfalista de un gobierno que presume cercanía, pero que en los momentos críticos demuestra una desconexión brutal con la realidad.
Mientras los campesinos, jóvenes y mujeres de la zona se organizaban con cubetas, ramas y valentía, la gobernadora Lorena Cuéllar sonreía en inauguraciones cómodas, bien lejos del humo, del calor y del miedo. ¿La tragedia? Allá, en el oriente. ¿Ella? Allá, en la capital, cortando listones. La escena lo dice todo: cuando más se necesitaba al Estado, el Estado estaba en otra cosa.
La indignación en redes fue inmediata y auténtica. “¿Dónde está la gobernadora?”, preguntaban cientos de tlaxcaltecas con rabia legítima. La respuesta institucional fue insultante: un video en vivo eliminado, un reel reposteadito sin comentarios activados y una visita tardía, fingida, sin alma ni respuestas… 24 horas después del infierno.
¿Nadie en Palacio de Gobierno pensó en hacer escucha social? ¿De verdad nadie previó que aparecer después de la tragedia, sin acciones concretas, solo prendería más fuego al enojo colectivo? No fue un error de agenda: fue un desastre de sensibilidad política. Lorena no llegó tarde: llegó mal. Y eso pesa. No se le acusa que su gobierno no haya hecho nada, sino de que no estaba al lado de los suyos.
La narrativa oficial colapsó. No ante bots. No ante “medios enemigos”. Cayó frente a ciudadanos de carne y hueso que ya no toleran más simulación. La crisis no la generaron los adversarios: la fabricó la soberbia, la improvisación, y esa absurda idea de que todo se resuelve con un video editado y una gira de selfies.
Porque lo que ardió no fue solo el bosque. Lo que se quemó —a ritmo alarmante— es un proyecto político sostenido en funcionarios foráneos e internos sin brújula. Hoy, los flamantes refuerzos en la Secretaría de Gobierno y Comunicación —uno traído de Morelos y otro importado desde la CDMX— han demostrado que no entienden Tlaxcala. Ni su gente. Ni su historia. Ni su carácter.
Y el resultado está a la vista: la gobernadora más votada es ahora la más rechazada. No porque los medios “la ataquen”, sino porque su equipo la ha hundido en el sótano de la credibilidad. Los tlaxcaltecas no quieren pretextos, quieren respuestas. No discursos de TikTok, sino gobiernos presentes. Las encuestas no mienten, las redes explotan a cada cometario u ocurrencia de quienes dicen asesorar a la número uno.
No basta con que un funcionario como el ocurrente Secretario de Educación Homero Meneses salga a rasgarse las vestiduras, mientras todo el gabinete calla.
Este gobierno falla en seguridad, tropieza en salud y se evapora ante una tragedia ambiental. Abandonó los principios de la 4T. Y peor aún: ya ni los menciona. Dice “primero los pobres”, pero actúa como si los pobres no estuvieran en el radar.
Hoy Tlaxcala no solo enfrentó un incendio forestal, sino una fractura política. Y esa herida la ha abierto un gobierno que prefirió la comodidad de las ceremonias, en lugar del barro, el humo y la gente.
La 4T en Tlaxcala no está siendo derrotada por la oposición. Se está desmoronando desde adentro. Y la ciudadanía, esa que votó con esperanza, ya no solo huele a humo… también huele a traición.
Porque esta vez, el incendio fue literal, pero el hartazgo, ese… ya venía ardiendo desde hace rato.
Solo falta colocar el letrero: Se busca un vocero y un titular de la SEGOB en Tlaxcala. Hay Vacantes.
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LA CAMINERA…La narrativa digital…La casa encuestadora Impulso Mercadológico publicó sus resultados del análisis de escucha digital, el cual arrojó que el incendio en Atltzayanca no sólo devastó cerros, también quemó la narrativa de un gobierno que presume cercanía, pero llegó tarde y mal. La ciudadanía reaccionó con indignación ante la falta de respuesta oportuna. Mientras la gobernadora Lorena Cuéllar fue encarada por pobladores molestos, figuras como Carlos Rivera y algunos otros actores políticos lograron posicionarse del lado correcto: el de la empatía, la acción y la presencia.
Carlos Rivera, sin cargo alguno, generó más amor, admiración y esperanza que todo el aparato gubernamental junto. Su solidaridad no fue sólo simbólica, fue contundente y oportuna. En contraste, la mandataria estatal quedó atrapada en una narrativa de control de daños que no convenció a nadie.
La tragedia visibilizó algo más profundo: en Tlaxcala, la gente no espera discursos, espera hechos. Y en esta ocasión, los hechos hablaron más que cualquier boletín.
Estos datos deben servir al gobierno para corregir el rumbo.
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AHORA SÍ, LA ÚLTIMA Y NOS VAMOS…Juezas y fiscal al banquillo… y las víctimas al olvido. Una vez más, la justicia en Tlaxcala se tambalea. El Tribunal de Enjuiciamiento absolvió a cuatro acusados de un triple homicidio brutal en Zacatelco, argumentando “insuficiencia probatoria”. Pero detrás de la legalidad del fallo hay algo más profundo: desconfianza social, antecedentes penales que —se dice— fueron ignorados, y una Fiscalía que no convence ni a sus propios testigos. ¿Quién investiga? ¿Quién protege? ¿Quién responde? La impunidad se viste de toga, y las víctimas, otra vez, quedan fuera del juicio.
La defensa legal asegura que sus clientes son inocentes y que la Fiscalía quería colgarles el milagro. Acusan que la FGJ parece más interesada en fabricar delitos que en investigar con rigor.
Por su parte, la Fiscalía argumenta que su principal testigo fue intimidado y no pudo presentarse.
Las juezas Olivia Mendieta Cuapio, Rossana Rubio Marchetti —actual candidata en la elección judicial—, y la fiscal Ernestina Carro Roldán deben una explicación clara: ¿quiénes son los verdaderos responsables del asesinato de Juan Carlos N., Daniel N. y Miguel Ángel N., atacados con armas de fuego y posteriormente incinerados dentro de su domicilio en Zacatelco?