La Bestia Política

El Arca…La boleta que gritó más fuerte que el Estado*

En Tlaxcala, las elecciones judiciales han dejado en evidencia una cruda realidad: cuando el poder pierde el control de la narrativa, el escándalo ocupa el vacío. Y qué mejor ejemplo que unas boletas manchadas de mensajes de repudio robándose el show, mientras las instituciones se limitaron a mirar, atónitas, cómo el chisme político les pasaba por encima.

Lo que debió ser un proceso técnico, aburrido incluso —como suelen ser estos comicios—, terminó convertido en un espectáculo de denuncias virales, donde lo importante ya no fue la elección en sí, sino la pregunta colectiva: «¿En serio alguien escribió ‘corrupto’ en la boleta?». Y así, entre incredulidad y memes, el debate público se redujo a si los garabatos eran reales o no, mientras el tribunal electoral, los partidos y el gobierno parecían más preocupados por apagar fuegos en Twitter que por explicar algo, lo que fuera, con autoridad.

El verdadero fracaso aquí no es la supuesta indignación ciudadana plasmada en las urnas —que bien pudo ser espontánea o orquestada—, sino la incapacidad del Estado para imponer un relato claro. En lugar de liderar el diálogo, las autoridades se vieron arrastradas por él, reaccionando tarde y mal, como si no supieran que en la era digital la percepción se come a los hechos.

¿Dónde estuvo la estrategia de comunicación? ¿Dónde la pedagogía electoral? Mientras las boletas vandalizadas se volvían tendencia, ni el tribunal, ni los partidos, ni el gobierno lograron articular un mensaje que no sonara a excusa o a pataleo. El silencio institucional fue llenado por el ruido de lo mediático, y así, lo que pudo ser una anécdota se convirtió en el único tema de conversación.

No importa si los mensajes eran reales o un montaje: ganaron. Porque en política, lo que se viraliza se vuelve verdad aunque no lo sea, y las instituciones, en vez de contrarrestar con transparencia y contundencia, optaron por el «estamos investigando», fórmula infalible para que la desconfianza crezca.

Al final, Tlaxcala nos deja una lección que debería ser obvia, pero que el poder sigue sin aprender: si no cuentas tu historia, otros lo harán por ti. Y puede que la versión que triunfe no sea la de tus discursos pulidos, sino la de una boleta rayada que, entre la indignación y la risa, terminó siendo más poderosa que toda una maquinaria institucional.

*De risa, sí. Pero risa nerviosa.*