Hay municipios que parecen atrapados en una película de terror, con escenas que se repiten una y otra vez como un ciclo maldito. En Apetatitlán, la narrativa oficial ha sido sepultada por el estruendo de las balas, el rugir de motocicletas con sicarios a bordo y la inercia de un gobierno municipal que ha decidido volverse espectador de su propia tragedia.
Azaín Ávalos, presidente municipal, dirá misa, pero hay dos hechos que han marcado ya su gestión.
Octubre de 2024. Un empresario tlaxcalteca es asesinado a plena luz del día, en su lugar de trabajo, en una gasolinera de Tecolotla. Los asesinos lo esperaban, lo ejecutaron con precisión y huyeron en motocicleta, con la calma de quien sabe que nada le pasará. Un hampón regordete apenas si pudo subirse a la unidad, pero lograron darse a la fuga.
Su chofer, herido de gravedad, apenas es una nota al pie en un expediente que duerme en algún cajón burocrático. El mensaje fue claro: en Apetatitlán, matar no tiene consecuencias. La policía que llegó primero a la escena del crimen fue la de Contla.
Julio de 2025. Días después, otro hecho desquiciante sacudió al municipio. Esta vez fue un asalto violento en el Sam’s Club del Gran Patio. Tres sujetos, también en moto, entran armados, rompen vitrinas, amedrentan empleados, roban celulares y huyen. ¿Y la policía? Reaccionó, claro… tarde, como siempre. Los tres sujetos, a bordo de una motocicleta que apenas avanzaba por el peso, lograron escapar.
Mientras la violencia se institucionaliza y las motocicletas se convierten en símbolos del crimen impune, Azaín Ávalos sigue sin ofrecer explicaciones ni estrategias. Su administración parece regirse bajo la máxima de: “si no lo digo, no pasó”. El problema es que sí pasa. Y pasa todo el tiempo.
¿Dónde está la estrategia municipal de seguridad? ¿Dónde las cámaras, los retenes, la coordinación con el estado? ¿Dónde está, siquiera, la voluntad de responderle a una población que vive con miedo?
Pero Azaín prefiere hablar de otras cosas, que de la seguridad. Su gestión. Gobernar, en su lógica, es no meterse. No incomodar. No hacer olas.
El joven presidente debe dar la cara. No basta con discursos genéricos sobre seguridad. Se requiere una sacudida institucional, una estrategia real y, sobre todo, voluntad política.
Porque mientras los delincuentes siguen escapando en motocicleta, la confianza ciudadana se fuga a pie.
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LA CAMINERA…Cuando el crimen toca la puerta de tu casa…Yauhquemehcan volvió a ser escenario del terror. La noche del 7 de julio, nueve hombres armados irrumpieron en una vivienda de San Lorenzo Tlacualoyan, amarraron a cuatro mujeres, y se llevaron dos camionetas, 300 mil pesos en efectivo, celulares y todo lo que pudieron cargar. El operativo fue quirúrgico: entraron, saquearon y huyeron sin resistencia. La policía llegó después, claro… para levantar el reporte.
La escena se repite con alarmante frecuencia: comandos impunes, violencia sin freno, patrullajes tardíos y promesas que se archivan junto con las carpetas de investigación. El mensaje para las víctimas es claro: están solas.
Mientras las autoridades confían en las cámaras de vigilancia, los delincuentes confían en la inacción del sistema.
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AHORA SÍ, LA ÚLTIMA Y NOS VAMOS....Rompen las ilusiones a golpes de realidad…En Tizatlán, en Tlaxcala capital, ni los sueños duran abiertos. Durante la madrugada del pasado martes, un negocio de venta de motocicletas fue violentamente abierto antes del amanecer, truncando el esfuerzo de quienes apenas comenzaban. Tenía pocos días de operación, pero bastó una noche para que la delincuencia hiciera su aparición estelar.
En un estado donde abrir una cortina es un acto de valentía, los emprendedores enfrentan no solo la incertidumbre económica, sino la total ausencia de garantías para trabajar con seguridad. Otro caso más donde el miedo madruga antes que la autoridad, y que esa población parece tierra sin ley.