En estudios internos de Morena, su nombre aparece junto al de otros aspirantes como Homero Meneses, Josefina Rodríguez, Luis Vargas, y Carlos Luna, aunque no figura entre los punteros como Ana Lilia Rivera o Alfonso Sánchez. Sin embargo voces desde el propio partido de Morena han revelado que en los estudios que tienen celosamente guardados, aparece en un tercer lugar y que no sería descabellado que repunte.
Su perfil técnico y discreto ha sido valorado por sectores del partido que buscan una candidatura con respaldo federal más que popularidad local y que podría ser un puente entre los ánimos exacerbados del «Lorenismo» y el «Riverismo».
En un estado donde la política suele girar en torno a liderazgos carismáticos, redes familiares y presencia territorial, el nombre de Óscar Flores Jiménez aparece. No es un rostro conocido en las ferias, ni en los mítines, pero su trayectoria administrativa y sus vínculos federales lo colocan en una posición estratégica que no debe subestimarse.
Su principal desafío no está en la gestión: está en la narrativa. Tlaxcala es un estado que valora la cercanía, la identidad comunitaria y la presencia constante. ¿Puede un perfil como el suyo, discreto y técnico, conectar con una ciudadanía que exige más que eficiencia? ¿Puede competir con figuras como Ana Lilia Rivera, que ya tienen arraigo y visibilidad? o un Alfonso Sánchez García con la dinastía del apellido Sánchez Anaya.
Y aunque dicen que el 2027 está lejos, las piezas del ajedrez político estatal comenzaron a moverse el grupo de Flores Jiménez ya hizo lo propio. Al tiempo.