El Bestiario: La lucha de un like sobre la notoriedad.
El 15 de julio de 2020 escribí mi primera columna titulada “La lucha de un like sobre la notoriedad”, y casi cinco años después, las cosas no han cambiado.
Miguel Ángel Covarrubias Cervantes, el político que alguna vez fue noticia por posar en calzones en plena pandemia, vuelve a la conversación pública. Esta vez, acostado en un bache para denunciar el deterioro urbano de la capital que gobierna el morenista Alfonso Sánchez García, y de paso, recuperar reflectores en su carrera política, cuyo objetivo principal es la gubernatura de Tlaxcala, como lo ha confesado sin rubor alguno.
Durante la pandemia de 2020, se viralizó al publicar fotografías en ropa interior, argumentando que mostraba su proceso de pérdida de peso. La acción generó una ola de críticas y burlas, pero también lo colocó en el centro de la conversación pública. Se consolidó como símbolo del marketing político de la exposición: polémico, arriesgado y consciente del poder del algoritmo.
Sin embargo, su apuesta por la notoriedad también ha tenido costos. Ha sido acusado de frivolidad y falta de madurez política, además de ser recordado por episodios bochornosos, como su detención en 2014 en Los Cabos, hecho que le valió el mote mediático de “el alcalde meón” y por haber plagiado discursos o imitado a figuras como Frank Underwood, personaje de la serie House of Cards.
Cinco años después de aquel episodio viral, la pregunta vuelve a plantearse: ¿estratega de la comunicación política o prisionero del marketing del escándalo?
En 2020, su atrevimiento visual lo posicionó como un político irreverente, dispuesto a romper moldes. Pero en 2025, el recurso parece agotado. Lo que antes fue audacia hoy se percibe como reiteración: un personaje que, para ser escuchado, necesita subir el volumen del escándalo.
Desde la perspectiva mercadotécnica, la estrategia de Covarrubias sigue la vieja regla del “top of mind”: que hablen de ti, aunque sea mal. En un ecosistema donde el algoritmo premia la controversia, su exposición corporal y su teatralidad política no son actos improvisados, sino calculados para romper la indiferencia. Hasta parece que algún día quisiera ser alumno del genio del surrealismo Dalí, con su frase: “Para ser interesante, uno tiene que provocar”.
Pero en el manual del marketing político, notoriedad no siempre significa aceptación. La atención se gana con espectáculo, pero la confianza se construye con coherencia. Y ahí es donde su estrategia, dicen, comienza a fracturarse.
El “branding de la provocación” funciona a corto plazo: da visibilidad, genera conversación, alimenta el ego digital. Pero sin resultados tangibles detrás, se convierte en ruido. Su marca política ha evolucionado de “atrevido” a “predecible”, y en comunicación eso es una sentencia.
Las reacciones ciudadanas lo confirman. Hay quienes lo aplauden por tener el valor de exhibir los baches que todos pisamos —“Lo que hace él, ninguno de nosotros tiene los pantalones para exhibir al gobierno”, dice un lector. Pero hay quienes lo tachan de oportunista, “ridículo” o “hambriento de hueso”.
Esa polarización no es un accidente: es parte del modelo que él mismo construyó. En mercadotecnia se llama marketing de polaridad, una estrategia que divide a la audiencia para mantenerse vigente.
El problema es que en política, esa división no siempre se traduce en votos. El engagement digital no garantiza legitimidad social. Fue a una campaña como candidato a diputado local y perdió ante el ex alcalde de Tepeyanco, Bladimir Zainos.
Nadie duda que Covarrubias representa a una generación de políticos que entendió el poder de las redes, pero no su responsabilidad. El político se transformó en influencer institucional, y su contenido —ya sea un selfie en calzones o una foto en un bache— busca más la viralidad que la solución.
En resumen, Miguel Ángel Covarrubias es un político inteligente, mediático y hábil para manejar la atención, pero también rehén de su propio personaje, atrapado entre el deseo de destacar y la falta de coherencia entre su discurso y sus acciones.
Su caso refleja el dilema de la política moderna: cuando la búsqueda del like sustituye al liderazgo y la estrategia digital se convierte en espectáculo.
Me explico: si el señor se mete a un bache para denunciar, pero no hace nada por ser parte de la solución —es decir, taparlo y dar una respuesta—, solo capitaliza el algoritmo, pero no el liderazgo. Gana likes, pero pierde legitimidad. Ha entendido la comunicación como espectáculo, pero olvidó la narrativa del servicio público.
Con esto no digo que su apuesta —“para ser interesante, uno tiene que provocar”— no sea efectiva. Lo cierto es que los likes deben reflejarse en votos; si no, no sirven de nada.
El día que entienda la narrativa de ser parte de la solución y no solo de la queja, podremos ver a un político que explote su verdadero potencial.
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LA CAMINERA….Y para muestra…El petista Covarrubias compartió este lunes que en los últimos 30 días, alcanzó la cifra once millones de visualizaciones en Facebook. «Algunos pueden juzgar mi trabajo, otros lo aprecian, pero lo que me llena de orgullo es saber que estoy contribuyendo con mi tiempo, conocimientos y pasión para hacer de Tlaxcala un lugar mejor. Si todos nos uniéramos para ayudar y ser mejores personas, ¡nuestro estado sería otro». Menos critica y mas ayuda. La envidia no contribuye en nada», fueron sus palabras.
Lo interesante sería conocer como de esos 11 millones de likes cuantos se convierten en votos en su próxima aventura electoral.
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AHORA SÍ, LA ÚLTIMA Y NOS VAMOS...Lo bueno que no comunican…Si algo ha caracterizado a la fiscal de Justicia de Tlaxcala, Ernestina Carro Roldán, es la lentitud para comunicar.
El reciente caso de Calpulalpan lo confirmó: mientras la Fiscalía de Hidalgo informaba sobre el hallazgo de un cuerpo y la captura de dos presuntos secuestradores, en Tlaxcala reinaba el mutismo.
La operación de una acción conjunta entre la FGJE Tlaxcala y la UECS de Hidalgo, con apoyo del Ejército, la Marina, la Guardia Nacional y la SS para rescatar el cuerpo de un hombre secuestrado hace más de dos semanas y detener a dos implicados. Pero, paradójicamente, la noticia no la dio Tlaxcala, sino el vecino estado.
En una reunión reciente, cuentan que la gobernadora Lorena Cuéllar preguntó con desconcierto: “¿Por qué no comunicamos nosotros primero?”. La fiscal, dicen los presentes solo bajó la mirada.
La pregunta quedó flotando en el aire, como un resumen perfecto de la gestión comunicacional de la dependencia: trabajan, pero no lo dicen; actúan, pero no informan. Y en tiempos donde la percepción de inseguridad es el talón de aquiles de la 4T en Tlaxcala, pues es un desperdicio.
Lo cierto es que a la fiscal no le importa informar, y otra muestra es la detención del ex alcalde de Xicothzinco, lo tuvieron en el armario hasta que los medios lo ventilaron.