El mundo político parece haberse convertido en un experimento de laboratorio: un péndulo que no deja de moverse entre extremos ideológicos, con cada giro más vertiginoso que el anterior. Y esta semana, la aguja marcó su punto más rojo: Nueva York, la ciudad que nunca duerme, acaba de elegir a su primer alcalde socialista democrático, musulmán, de origen ugandés y apenas con 34 años. Se llama Zohran Mamdani, y su victoria ha sacudido los cimientos del Partido Demócrata estadounidense.
No es menor el hecho. Nueva York es un símbolo —una vitrina del mundo occidental— y lo que ahí ocurre suele anticipar tendencias. Mamdani representa el triunfo de la izquierda radical dentro del progresismo: un discurso antielitista, con promesas de congelar rentas, ofrecer transporte público gratuito y gravar a Wall Street para financiar tiendas municipales de comestibles. En una ciudad construida sobre el vértigo del capital, eso suena casi como un manifiesto revolucionario.
Pero el verdadero terremoto no está en su victoria, sino en quién perdió. El demócrata moderado Andrew Cuomo, exgobernador de Nueva York, terminó la contienda como candidato independiente y obtuvo el 41.6% de los votos frente al 50.4% de Mamdani. Esa ruptura dentro del propio Partido Demócrata no es una simple anécdota: es el reflejo de una grieta ideológica profunda que atraviesa al progresismo global. Una parte de los votantes demócratas no quiso apoyar a un inmigrante socialista, musulmán y militante del ala más radical. Otra, en cambio, lo vio como la única opción para desafiar al establishment.
Esa tensión entre el progresismo idealista y el pragmatismo moderado es, quizá, el dilema político de nuestra era.Porque mientras la izquierda busca reinventarse en la redistribución y la inclusión, la derecha global —desde Japón hasta Argentina— resurge con discursos de orden, familia y libre mercado.
La historia de Mamdani tiene algo de epopeya moderna: hijo de un antropólogo y una directora de cine, nacido en Uganda, criado en Queens, graduado en Bowdoin College. En 2020 irrumpió en la Asamblea Estatal de Nueva York derrotando a una veterana moderada del propio Partido Demócrata. Cinco años después, con apenas una década en la política, conquista la alcaldía más influyente del país con una narrativa cuidadosamente construida: la de un outsider que promete devolver la ciudad a la clase trabajadora.
Su ascenso no habría sido posible sin la división interna del sistema político estadounidense.
El Partido Republicano, representado esta vez por Curtis Sliwa —apenas 7% de los votos—, fue irrelevante. El verdadero combate ocurrió dentro del universo demócrata, entre quienes aún creen en el capitalismo con rostro humano y quienes ya no confían en él en absoluto.
Si algo demuestra la elección neoyorquina es que ningún gigante político es invulnerable. Que los votantes, pueden rebelarse contra las jerarquías internas cuando sienten que no son escuchados. Y que la narrativa —si se cuenta con inteligencia y estrategia— puede más que la estructura.
¿Le suena familiar al caso mexicano? Hoy Morena domina el mapa político nacional con una hegemonía que parece inquebrantable, pero el riesgo de fractura es real. Cuando el poder se concentra demasiado tiempo en un solo bloque, las diferencias ideológicas que antes se disimulaban comienzan a aflorar.
Y del otro lado, la oposición mexicana, tan adormecida, debería tomar nota: la batalla no se gana con nostalgia ni con etiquetas, sino con narrativas bien construidas, emocionalmente inteligentes y digitalmente eficaces. Cuomo perdió porque representaba al pasado; Mamdani ganó porque supo hablarle al presente, incluso cuando su receta económica es tan arriesgada como idealista.
Quizá lo verdaderamente revolucionario hoy no sea ser de izquierda o de derecha, sino ser capaz de romper el guion sin destruir la trama. Y en ese arte, la lección neoyorquina es clara: el futuro pertenece a quienes logren contar una historia convincente, no necesariamente a quienes tengan la razón.
