El poder suele equivocarse cuando cree que el silencio es sinónimo de aprobación, y que la gente está contenta.
El pasado fin de semana, en Tlaxcala, ese error volvió a quedar expuesto. Las pintas sobre el monumento de “La cápsula del tiempo” , obra simbólica del gobierno de Lorena Cuéllar y de la Cuarta Transformación con Morena parece no fueron un acto aislado, ni un simple brote de vandalismo, sino una declaración política. Un grito pintado con aerosol que, aunque incómodo, revela más de lo que el discurso oficial está dispuesto a aceptar.
El lugar pudo haber sido cualquiera, y no habría pasado de unas pintas menores. Pero fue el símbolo de un gobierno que pretende guardar en el tiempo una versión idealizada de Tlaxcala. El sistema pomposo del C5i volvió a ser sorprendido, y cuando reaccionó, ya las leyendas que ligaban al poder con el narcotráfico y la inconformidad con Morena se regaban como pólvora en redes sociales y medios digitales.
Porque las consignas ya no son producto de bots, ni de conspiraciones digitales, como suele alegar el aparato de comunicación. Son el eco de una ciudadanía que se siente traicionada. Y aunque el acto no se justifica, exige ser leído con inteligencia política.
El episodio ni siquiera fue repudiado en redes; al contrario, la “rapidez inusitada” del sistema de videovigilancia para identificar a los autores de las pintas provocó sorna, sobre todo al compararse con el ataque armado a un comerciante en pleno centro de la capital, donde las cámaras estaban en punto ciego y los agresores huyeron a pie sin ser identificados.
La gobernadora y su gabinete de seguridad con el ex priista Emilio Minor en Gobernación y el secretario de Gobierno, Luis Antonio Ramírez Hernández no pueden reducir las pintas a un acto de destrucción y quedarse en la superficie.
El grafiti en un monumento público es un delito, sí, pero también es un síntoma. En contextos donde las instituciones no escuchan, la pared se convierte en tribuna. Lo que se escribió en ese reloj no fue una ocurrencia: fue una acusación. Y como toda acusación pública, merece ser atendida, no borrada ni deslavada. ¿Por qué no se dejó como otras pintas que han aparecido en distintos puntos del estado?
Hoy no solo se lee en clave local el momento amargo que vive la gobernadora, con sectores que la critican duramente en redes sociales y otros, como Coparmex, que han comenzado a alzar la voz y denunciar delitos como el cobro de piso.
Además, el asesinato del alcalde de Uruapan, Carlos Manso, no fue un hecho aislado. Fue otro capítulo en la novela negra que se escribe todos los días en México. Tlaxcala, aunque se repita como mantra que es “el estado más seguro del país”, no vive en una burbuja. La violencia dejó de ser amenaza lejana: es presencia cotidiana. Y cuando el gobierno responde a esa realidad con monumentos, listones y discursos triunfalistas, lo que genera no es esperanza, sino rabia.
Las pintas no solo interpelan a un gobierno local. Interpelan a un proyecto político. Morena llegó al poder con la promesa de representar al pueblo, de ser distinto. Pero hoy, en muchos rincones del país, su narrativa se parece demasiado a la de los gobiernos que prometió desterrar: negación de la violencia, culto a la imagen y desconexión creciente con las urgencias reales de la gente.
Cuando el símbolo del sombrero, emblema del nuevo movimiento ciudadano de protesta aparece frente a una obra oficial, no es casualidad: es ruptura. Es el ciudadano diciéndole al poder que ya no le cree.
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LA CAMINERA…¿Qué sigue?…El gobierno puede seguir minimizando lo ocurrido, acusar a “grupos desestabilizadores” o mandar a limpiar las paredes no resolverá nada. Porque el problema no está en el mármol rayado, sino en la confianza rota. Y esa no se repara con pintura, sino con acciones contundentes que devuelvan la credibilidad que les dieron las urnas.
Si el poder quiere entender lo que realmente “lastima a Tlaxcala”, debe dejar de mirar las paredes como amenaza y empezar a leerlas como advertencia.
Las pintas sobre la Cápsula del Tiempo no son el problema, son el síntoma. Lo que se escribió con aerosol en ese monumento no es una provocación aislada, sino una advertencia colectiva: el país está fracturado, y Tlaxcala como muchas otras entidades empieza a mostrar las grietas.
¿Es esto un mensaje para Morena? Sí. ¿Es también un mensaje para la presidenta, la gobernadora y los 60 alcaldes? Sin duda. Porque lo que se vivió esta semana en Tlaxcala no es solo una protesta local: es parte de una narrativa nacional que se le está descomponiendo al poder.
Morena y sus autoridades necesitan abrirse a las voces críticas, incluso dentro de sus propias filas. El país y el estado no se sostienen con lealtades ciegas, sino con diagnósticos honestos. Urge reconectar con las causas que le dieron origen.
Morena nació como respuesta al hartazgo. Hoy, ese hartazgo se dirige hacia Morena. Si el partido quiere sobrevivir como opción real, debe volver a representar a los olvidados, no a los instalados en el poder.
Mientras en el estado el partido en el poder y sus autoridades solo callan.
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AHORA SÍ, LA ÚLTIMA Y NOS VAMOS…¿Negligencia o valemadrismo? Más de una hora. Eso tardaron en llegar los cuerpos de emergencia para levantar a un motoclista fallecido en la carretera Ocotlán, enm Tlaxcala capital. Mientras tanto, fue la ciudadanía los que tuvieron que abanderar, vigilar y cuidar el lugar del accidente.
Ni la Policía Estatal del marino Marrufo; ni la Municipal del alcalde Alfonso Sánchez García; ni la Guardia Nacional aparecieron a tiempo.
El reporte del C5 marcó las 07:00:41 de la mañana: un motociclista impactado contra un poste en la zona de Ocotlán–Santa Ana, a la altura de la iglesia mormona. Para cuando llegó la unidad médica, ya no había nada que hacer. Un joven, entre 25 y 30 años, yacía sin vida sobre el pavimento.
La muerte, una vez más, esperó sola.
El sistema, una vez más, llegó tarde.
Y la fiscal de Justicia, Ernestina Carro Roldán ni por enterada de que la INCIFO, tardó una hora con 20 minutos para levantar el cádaver. Ella seguro sentada con comodidad en la mesa de seguridad.
Por eso la gente se harta.
