Hay gobiernos que se desgastan por exceso de conflicto y otros, más peligrosos, que se erosionan por la comodidad de no corregir.
El de Lorena Cuéllar parece haberse instalado en ese segundo carril: el de la autocomplacencia. Y las encuestas, lejos de ser un capricho opositor, están marcando con claridad quirúrgica lo que duele a su administración y lo que no ha querido enfrentar.
El dato es brutal por su simpleza: Morena pasó de rondar el 64 % de la intención del voto en julio de 2024 a apenas 36 % en mediciones recientes locales. Sigue siendo la primera fuerza en Tlaxcala, sí, pero con la mitad del respaldo evaporado.
No es un tropiezo coyuntural, es una tendencia sostenida que refleja un malestar profundo con el partido en el poder y, por extensión, con el gobierno estatal. El bono de marca se agotó; ahora el desempeño pesa más que el discurso.
¿De dónde viene ese desgaste? De la realidad cotidiana. Más del 53 % de la población identifica a la inseguridad y la violencia como el principal problema del estado, seguida de la corrupción y la falta de transparencia.
La ENVIPE 2025 del INEGI es todavía más contundente: 75.6 % de los tlaxcaltecas considera que la inseguridad es el mayor problema, 77.3 % percibe al estado como inseguro y solo 11 % de los delitos se denuncia, dejando una cifra negra cercana al 92 %. Cuando nueve de cada diez delitos nunca llegan a una carpeta de investigación, el problema ya no es estadístico, es institucional.
El contraste con el relato oficial es evidente. Mientras desde el gobierno se insiste en cifras selectivas y en comparativos favorables, en la calle la percepción va en sentido contrario. La gente dejó de caminar de noche, limita la movilidad de sus hijos, evita cajeros automáticos y normalizó vivir con miedo. Esa brecha entre discurso y experiencia es el principal talón de Aquiles de la administración.
A esto se suma otro factor corrosivo: su equipo de gobierno. La gobernadora enfrenta una disyuntiva que no ha querido resolver del todo: mantener a los mismos operadores que la han acompañado en el desgaste o asumir el costo político de un viraje real. Cambiar nombres no basta; se requiere un golpe de timón en la forma de gobernar, comunicar y ejecutar. Hoy, buena parte del gabinete parece más preocupado por administrar la narrativa que por corregir los problemas.
En política, ignorar los datos suele ser el primer paso hacia la derrota. Al gobierno de Tlaxcala ya no le duele la crítica, le duele la realidad misma. Y esa, por más voceros que se cambien, siempre termina alcanzando.
Los datos internos y externos son contundentes y revelan que el principal desgaste de Cuéllar no es discursivo, sino estructural. Aunque mantiene una aprobación dividida en unas encuestas y otras la mandan al sótano, la evaluación negativa se concentra con fuerza en los temas que más pesan para la ciudadanía: seguridad y combate a la corrupción.
Los números muestran un mandato claro de cambio en el timón. La mayoría de los tlaxcaltecas considera que se debe cambiar el rumbo del gobierno, frente a apenas un bajo porcentaje que pide continuar sin ajustes. Incluso entre simpatizantes de Morena y beneficiarios de programas sociales, la demanda de corrección supera a la de continuidad, lo que indica un desgaste que ya no se limita a la oposición.
Es evidente que hay una crisis de control político con la marca de la 4T, pues hay más que piensan que las cosas se están saliendo de las manos del gobierno estatal, una percepción que conecta directamente con la exigencia de un viraje en el equipo, la estrategia y las prioridades. Más que una llamada de atención es un aviso: la paciencia social se agotó y el margen de maniobra de la llamada número uno se reduce.
Aunque se viaje en la comodidad de blindadas, la realidad sigue viva.
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LA CAMINERA...¿Qué sigue? El reto de Lorena Cuéllar no es menor. Le quedan dos caminos claros: persistir en la inercia, confiando en que la marca Morena alcance para sostener la sucesión, o reconocer el desgaste, sacudir al equipo y reenfocar el gobierno en resultados tangibles, especialmente en seguridad, combate a la corrupción y confianza institucional.
Las encuestas no piden maquillaje; piden decisiones. Le queda a Cuéllar reconocer el desgaste y corregir el rumbo, especialmente en seguridad y corrupción, los principales reclamos ciudadanos. Reconfigurar el equipo y la estrategia, pasar del discurso a resultados visibles en la vida cotidiana. Recuperar confianza, con acciones medibles y cercanía real, no solo comunicación, ante una percepción de inseguridad y descontrol que domina la opinión pública
