Cada 15 de mayo, México recuerda a sus maestras y maestros. Algunos lo hacen con regalos, otros con discursos. Pero lo que verdaderamente necesitan no cabe en una caja ni en un aplauso. 

Durante la pandemia, el sistema educativo se sostuvo con muchas voluntades. Millones de estudiantes quedaron desconectados, no por falta de interés, sino de infraestructura: sin internet, sin dispositivos, sin siquiera electricidad. Y sin embargo, ahí estaban maestras y maestros, transformando su vocación en estrategia de emergencia. Enseñaron por WhatsApp, entregaron cuadernillos casa por casa, grabaron clases con el celular desde una cocina modesta. 

 

Pero la brecha fue más profunda. Porque cuando la tecnología falla, sólo queda la vocación. Y esa no se enseña en tutoriales, ni se programa en ningún algoritmo. 

 

Hoy, en pleno 2025, la deuda con los docentes sigue abierta. Es una prioridad nacional. México necesita políticas públicas que garanticen conectividad en todas las escuelas, capacitación digital de verdad —no de trámite— y condiciones laborales a la altura de su responsabilidad. Invertir en ellos no es un gesto simbólico, es una estrategia de futuro. 

 

Las y los docentes hoy tienen otra mirada: cuestionan, integran tecnología, abren espacio para temas que antes eran marginales. Saben que educar ya no es repetir, sino acompañar. Que sin salud mental, sin respeto a la diversidad o sin conciencia ambiental, el conocimiento se queda corto. 

 

Y ahora, la inteligencia artificial entra al aula. 

 

Algunos temen que herramientas como ChatGPT reemplacen al maestro. Otros, ven en la IA una oportunidad: para personalizar contenidos, reducir cargas administrativas y explorar nuevas formas de enseñar. Pero incluso en ese escenario futurista, hay algo que ninguna máquina puede hacer: mirar a los ojos a un niño que duda de sí mismo, o intuir la angustia detrás del silencio de una adolescente. 

 

Esa capacidad no se aprende en un curso intensivo de software. Esa es la vocación. Y no se programa. 

 

Por eso, hoy más que celebraciones, nuestros maestros necesitan respeto, certezas. Y más que homenajes, inversión pública sostenida. 

 

Porque sin ellos, la educación se vuelve automática. Y un país sin vocación, no tiene futuro.