Por Javier Ortega Salado

El municipalismo ha sido, por décadas, la base sobre la que se sostiene la democracia mexicana. En cada cabildo, en cada plaza y en cada comunidad es donde se construye la política real: la que escucha, resuelve y transforma la vida cotidiana de la gente.

Quienes hemos tenido la oportunidad de servir desde distintos espacios públicos o productivos sabemos que el municipio es el primer hogar de la ciudadanía; es ahí donde se viven con mayor intensidad las carencias, pero también donde surgen las oportunidades.

Santa Cruz Tlaxcala no es la excepción. Nuestro municipio, con su riqueza histórica, productiva y cultural, necesita una visión de desarrollo que ponga al ser humano al centro de las decisiones.

La Agenda 2030 de la ONU nos marca una ruta clara: combatir la pobreza, garantizar educación de calidad, promover la igualdad de género, asegurar empleos dignos, fortalecer la producción agropecuaria con criterios de sustentabilidad y lograr comunidades inclusivas, seguras y sostenibles.

Llevar esa agenda al terreno local exige liderazgo, organización y, sobre todo, principios. Desde Acción Nacional aprendimos que el humanismo político debe ser la brújula de todo gobierno.

Gobernar con ética, con transparencia y con la convicción de que la persona es el centro de la vida pública. Eso también implica practicar la subsidiariedad: que el gobierno acompañe cuando la comunidad lo necesita y permita actuar libremente cuando la sociedad puede hacerlo por sí misma.

El desarrollo municipal no debe limitarse a la administración de servicios básicos. El reto es avanzar hacia un modelo de gestión que impulse la innovación, el emprendimiento y el crecimiento económico con justicia social.

Desde mi experiencia como empresario y campesino, estoy convencido de que Santa Cruz Tlaxcala tiene todo para consolidarse como un polo de desarrollo agroindustrial, turístico y comercial. Pero para lograrlo se requieren políticas públicas con visión, que escuchen tanto al productor como al comerciante, al joven estudiante, al adulto mayor, a las mujeres que sostienen los hogares y a los trabajadores que día a día luchan por su familia.

El PAN ha defendido históricamente la libertad como condición del progreso, la solidaridad como base de la cohesión social y el bien común como el fin último de la política.

Estos valores deben traducirse en hechos: mejorar escuelas y centros de salud, garantizar servicios públicos eficientes, apoyar a las mujeres en su desarrollo laboral y productivo, fortalecer la seguridad con policías cercanos y confiables, y construir un plan municipal que se alinee con los Objetivos de Desarrollo Sostenible.

El nuevo municipalismo exige participación ciudadana. Gobernar ya no es hacerlo desde arriba, sino construir desde abajo. Escuchar a los vecinos, crear consejos ciudadanos, transparentar el uso de los recursos y rendir cuentas deben ser prácticas permanentes. Porque gobernar, al final, es servir.

Santa Cruz Tlaxcala enfrenta grandes retos, pero también grandes oportunidades. La globalización nos invita a pensar en grande, pero nuestras raíces nos recuerdan que lo esencial está en lo local.

Esa es la esencia del municipalismo: resolver los problemas inmediatos con visión de futuro, convertir al municipio en motor del desarrollo estatal y nacional, y demostrar que cuando se gobierna con principios, la política recupera su sentido más noble.

En tiempos donde la ciudadanía exige más resultados y menos discursos, es urgente regresar al origen de la política: servir a la comunidad, sin privilegios ni intereses personales.

Esa convicción, profundamente humanista, es la que me impulsa a seguir reflexionando sobre el rumbo que merece Santa Cruz Tlaxcala y a poner mi experiencia como empresario, campesino y servidor público al servicio de esa causa.

Porque el municipio no es un peldaño: es el corazón de México. Y si lo fortalecemos, estaremos fortaleciendo la democracia, la libertad y la dignidad de cada persona que lo habita. A eso le apuesta su servidor.