El incendio que devoró el oriente de Tlaxcala no solo carbonizó hectáreas de bosque. También expuso, sin filtro ni propaganda que lo cubra, a un gobierno estatal que lleva meses caminando sobre brasas. Esta vez, el fuego no perdonó: se coló hasta los pasillos del poder, dejó al descubierto su torpeza operativa y su desconexión con el pueblo que dice representar.
En medio del caos ambiental, lo único que se incendió con más rapidez que los árboles fue la paciencia ciudadana. Mientras la gente luchaba con palas, cubetas y coraje, el gobierno de Lorena Cuéllar respondía con lo de siempre: tardanza, mensajes tibios, y una foto editada que nadie pidió. La tragedia tenía rostro, nombre y geografía, pero la respuesta oficial llegó tarde y con los ojos vendados.
¿De qué sirvieron las “Blindadas del Bienestar” si ni siquiera se usaron para llevar ayuda? ¿De qué sirve un gobierno que no aparece cuando más se le necesita? El operativo fue desordenado, la reacción institucional fue un desfile de improvisaciones, y cuando por fin la mandataria asomó la cara, lo hizo solo para la foto… esa que encendió aún más el ánimo de un pueblo que ya no tolera más indiferencia.
Y mientras la mandataria evaluaba los daños desde la comodidad de su gabinete, quien sí actuó fue alguien que ni cargo tiene: el cantante Carlos Rivera. Llegó, ayudó, organizó, visibilizó. No necesitó escoltas ni protocolo, solo voluntad. En el Tlaxcala de hoy, el liderazgo no lo ostenta quien gobierna, sino quien se atreve a estar donde duele.
Las redes sociales no perdonaron. Pero esta vez no se trató de troles ni perfiles inventados. Fue la ciudadanía la que tomó la palabra. Videos, fotos, testimonios… todo apuntaba a lo mismo: el abandono. Para rematar, el video oficial de la gobernadora llegó sin fuerza ni credibilidad. Nadie le creyó, nadie se conmovió. Las imágenes parecían sacadas de un set de grabación, no de un frente de batalla.
Pero el problema no termina ahí. Lo que arde en Tlaxcala no es solo el bosque: arde la legitimidad de un gobierno saturado de foráneos que ni conocen, ni entienden, ni sienten esta tierra. Basta leer la carta pública que circula en redes: una lista completa de nombres, cargos y estados de origen que confirma lo que muchos temían. La administración de Lorena Cuéllar ha sido colonizada por improvisados sin arraigo, sin compromiso y, sobre todo, sin resultados.
Mientras tanto, el alcalde capitalino, Alfonso Sánchez Jr., intenta jugar al visionario proponiendo un fondo estatal para desastres… olvidando que su propio partido desapareció el FONDEN. ¿Cínico? ¿Ignorante? ¿Desmemoriado? Da igual. La burla fue la misma.
Y si de ausencias hablamos, el silencio de los legisladores morenistas es estruendoso. Ni senadores, ni diputados locales, ni federales, ni una sola voz que acompañara al pueblo en la emergencia. La 4T, que tantas veces se ufanó de ser pueblo, esta vez se escondió cuando el pueblo ardía.
Hoy Tlaxcala no solo enfrenta una tragedia ambiental. Enfrenta una crisis institucional donde el poder está más preocupado por su imagen que por su función. Y lo peor: pareciera que ni siquiera se dan cuenta.
No, el problema no es la oposición. El incendio no lo provocaron los medios, ni los conservadores, ni los enemigos de la transformación. El fuego viene desde adentro. Y lo que está quemándose es la última chispa de confianza que la gente le quedaba a este gobierno.
Porque esta vez el incendio fue real. Pero lo que duele es saber que también se quemó la esperanza.