Hubo un tiempo no tan lejano en el que recibir un diagnóstico de VIH era una sentencia. Una de muerte, sí, pero también de estigmas, de discriminación, de silencios obligados. Hoy, más de cuatro décadas después del inicio de aquella epidemia global, la medicina da un paso extraordinario: prevenir el VIH con sólo dos inyecciones al año.
El nuevo tratamiento preventivo desarrollado por el laboratorio Gilead, bajo la marca Yeztugo, promete cambiar las reglas del juego. A diferencia de las pastillas diarias o las inyecciones bimestrales como Apretude, este nuevo método requiere únicamente dos aplicaciones anuales para proteger a personas en riesgo de adquirir el virus. Un avance monumental en términos de adherencia, accesibilidad y dignidad.
La noticia pasó de largo para muchos. Tal vez porque estamos acostumbrados a que los avances científicos sucedan lejos, en laboratorios con nombres impronunciables y revistas especializadas. Pero esta vez, lo que está en juego no es solo un avance biomédico, sino la posibilidad real de contener la transmisión del VIH a escala global. De prevenir, antes que curar. De anticiparnos a la herida.
México tiene una deuda histórica con quienes viven con VIH. A pesar de los esfuerzos de instituciones como CENSIDA y de colectivos que han alzado la voz durante años, aún hoy hay barreras de acceso, escasez de tratamientos, campañas de prevención tímidas y una carga social que no ha desaparecido del todo. La noticia de Yeztugo, así como el uso ya consolidado de Apretude, deben servirnos no sólo para aplaudir a la ciencia, sino para exigir que sus frutos no se queden en los escaparates de los países ricos.
Porque no se trata solo de vacunas, patentes o fórmulas químicas. Se trata de justicia. De que una persona de una comunidad alejada en Oaxaca, en Chiapas o en Tlaxcala pueda tener la misma protección que cualquier ciudadano en Nueva York o Berlín.
Lo que está en juego no es solo la salud individual, sino la posibilidad de una sociedad menos desigual, menos marcada por el prejuicio, más valiente para hablar de prevención, de autocuidado.
El VIH ya no es invencible. La medicina lo ha dicho. Lo que falta es que la política lo escuche y lo traduzca en políticas públicas efectivas. En centros de salud abastecidos. En campañas que no moralicen, sino informen. En derechos que no dependan de la orientación sexual, del género, del ingreso.
Dos inyecciones al año. Eso basta. No para curar el virus, pero sí para prevenirlo. ¿No debería bastar también con un poco de voluntad para que lleguen a quienes más lo necesitan?