El hartazgo tiene rostro, voz y ahora también, aerosol. Las consignas pintadas esta semana sobre el monumento de “La cápsula del tiempo”, una de las obras más recientes y polémicas del gobierno de Tlaxcala, no son obra de bots ni de conspiraciones digitales: son el eco de un malestar real, profundo y nacional.

Jóvenes con el rostro cubierto, sombrero en mano —símbolo del nuevo movimiento ciudadano de protesta— salieron a la calle no para destruir, sino para gritar con pintura lo que ahora se ha hecho visible y millones pensaban en silencio: “N*rco Sistema ”, “N*rcogober”. Mensajes que, más allá de su crudeza, expresan la rabia de una sociedad que siente que el gobierno está mirando hacia otro lado. – Y abro paréntesis, en donde no se justifica la acción; sin embargo, la lectura dentro del contexto que se vive en el país de inseguridad y violencia parece haber traspasado la paciencia del ciudadano-.

El asesinato del alcalde de Uruapan, Carlos Manso, cimbró a México entero y volvió a dejar claro lo que muchos gobiernos estatales se niegan a aceptar: el país entero está herido por la violencia, y Tlaxcala no es la excepción. A diario se leen reportes de asaltos, robos, desapariciones y homicidios que ya no sorprenden, sino que lastiman. La violencia dejó de ser una amenaza lejana y se convirtió en una presencia cotidiana. Sin embargo, mientras la gente vive con miedo, el gobierno parece concentrado en levantar monumentos, cortar listones y producir discursos donde se repite hasta el cansancio que “Tlaxcala es el estado más seguro del país”.

Esa frase —ya usada como mantra en cada acto oficial— se vuelve un insulto cuando las cifras y los hechos cuentan otra historia. Porque mientras el presupuesto estatal destina millones a obras de relumbrón como la Cápsula del Tiempo, los hospitales carecen de insumos, las patrullas escasean y los policías siguen mal pagados. Lo simbólico de las pintas en el reloj va mucho más allá del acto mismo: es el ciudadano recordándole al poder que su prioridad debe ser la vida, no el mármol; la seguridad, no la propaganda.

La reacción del gobierno, como suele ocurrir, fue minimizar el hecho. Pero reducirlo a vandalismo o a “ataques de bots” como ya es costumbre, es no entender nada. Lo que ocurrió en ese monumento es apenas una señal del descontento generalizado que se siente en todo el país: una ciudadanía cansada de discursos huecos, de la negación de la violencia y de gobiernos que administran la inseguridad en lugar de combatirla. La gente no protesta porque odie a su gobierno, sino porque se siente abandonada por él.

El mensaje de las pintas es claro y doloroso: no son bots, son ciudadanos hartos de ser ignorados. Hartos de vivir con miedo mientras se inauguran obras sin propósito; hartos de escuchar que todo va bien cuando los hechos dicen lo contrario; hartos de que las prioridades del poder estén tan lejos de las urgencias del pueblo. Y si el gobierno quiere entender lo que realmente “lastima a Tlaxcala”, debería mirar menos las paredes y más las calles.

El reloj del gobierno podrá marcar la hora que quiera, pero para la ciudadanía tlaxcalteca el tiempo del engaño ya se acabó.