Acaba diciembre y con él el cuarto año de gobierno de la política más votada en la historia reciente de Tlaxcala.
Lorena Cuéllar entra a su quinto año con el reto mayor de levantar la imagen que su propio equipo, el que ella eligió, terminó por erosionar.
Es cierto que el poder desgasta, pero el caso de la 4T en Tlaxcala merece una lectura aparte. Muchos dentro del propio movimiento se preguntan por qué, si se presumen obras, inversiones y “ciudades” de todo tipo, la gobernadora carga con un rechazo tan alto en encuestas y redes sociales, dejando fuera las aldeas de bots que solo existen en la imaginación de quienes intentan comunicar.
La respuesta es simple: el equipo le quedó chico a las aspiraciones de Lorena Cuéllar de marcar un antes y un después.
Cuatro años perdidos por no saber elegir a sus cuadros, por los relevos constantes y, sobre todo, por el desastre en la vocería, donde desde el primer día comenzaron a cavar su tumba.
Cuatro voceros, dos secretarios de Gobierno, seis titulares de Seguridad: la numeralia del desajuste.
En medio de ese caos administrativo, la gobernadora enfrenta una contradicción que ya dejó de ser coyuntural para convertirse en el sello de su gestión: un aparato de seguridad que presume récords históricos frente a una ciudadanía que no los siente, no los cree y no los vive.
Sobre el papel, el expediente es impecable. Se rediseñó el marco jurídico del modelo de seguridad; se elevó a ley el Servicio Profesional de Carrera Policial; se aprobaron nuevas normas de ascensos, estímulos y disciplina; se concretó la transición de Procuraduría a Fiscalía con autonomía formal y más de 365 nuevas plazas; y se creó una Unidad de Inteligencia Patrimonial alineada al modelo federal.
La inversión supera los 8 mil millones de pesos y coloca a Tlaxcala como el estado con mayor gasto en seguridad por habitante y primer lugar nacional en transparencia del gasto.
En los indicadores duros, el discurso oficial también es contundente: Tlaxcala cerró 2025 como la entidad con menor incidencia delictiva por cada 100 mil habitantes; la reducción acumulada respecto a 2015 supera el 68%; el robo de vehículos cayó más de 70% frente a 2017; se recuperaron cinco mil unidades con arcos lectores; se ejecutaron más de mil órdenes de aprehensión; y el 95.7% del estado de fuerza policial está certificado.
Pero la seguridad no se gobierna con boletines. Se gobierna con confianza, y ahí es donde el relato oficial se desploma.
La ENVIPE 2025 del INEGI muestra el reverso: 36.9% de los hogares tlaxcaltecas sufrió al menos un delito en 2024, más de 146 mil familias afectadas. La cifra negra alcanza 91.9%: nueve de cada diez delitos no se denuncian porque la gente siente que no sirve de nada.
La percepción tampoco ayuda: 75.6% considera que la inseguridad es el principal problema del estado; 54.4% ve su colonia como insegura; solo un tercio se siente seguro caminando de noche. El costo social supera los 3.5 mil millones de pesos.
Ahí está la grieta: una seguridad administrada desde el escritorio y una inseguridad vivida en la calle. Dos Tlaxcalas que no se hablan.
En lo político, el desgaste es inocultable. Morena sigue arriba, pero dejó de arrasar. Su ventaja se sostiene más por la inercia del voto duro y la debilidad de la oposición que por la aprobación de su principal figura. La gobernadora, que en 2022 navegaba con comodidad, hoy enfrenta una desaprobación que ronda dos tercios del electorado.
La paradoja es clara: la gobernadora está reprobada, pero el partido no. El “reino” aguanta; la “reina”, no. Y ese desajuste amenaza con convertirse en un lastre para la sucesión que su grupo intenta construir rumbo a 2027. La seguridad, presentada como el eje de su legado, corre el riesgo de convertirse en su mayor vulnerabilidad.
Porque en política, los números se presumen; la percepción no se maquilla. Y hoy, en Tlaxcala, la estadística oficial circula por un carril distinto al ánimo ciudadano.
Lorena Cuéllar cierra su cuarto año con una seguridad robusta en el discurso, frágil en la percepción y con un escenario donde Morena aún manda, pero ya no domina. El desafío no es sumar más cifras, sino recuperar la confianza de una sociedad que, según el INEGI, vive con miedo, desconfía y se protege sola.
Ahí está la deuda. Y también, el aviso rumbo a 2027.
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LA CAMINERA… Estrategia fallida…Dirán misa, acomodarán cifras y ensayarán discursos de unidad, pero la realidad política es terca: la estrategia de dispersar corcholatas rumbo a la sucesión terminó siendo un tiro en el pie para el lorenismo.
La decisión de permitir y hasta alentar múltiples aspiraciones dentro del mismo bloque no fortaleció al proyecto de continuidad; por el contrario, debilitó a la figura que pretendían posicionar como delfín, el alcalde capitalino Alfonso Sánchez García, y terminó oxigenando a la verdadera adversaria a vencer: Ana Lilia Rivera Rivera, quien hoy se mantiene a la cabeza en las preferencias electorales.
La jugada de la gobernadora, esa que se asume como la gran operadora con el control total del tablero, solo logró generar encono interno, fracturas silenciosas y una guerra de egos entre los propios lorenistas. Mientras unos se desgastan compitiendo entre sí, la senadora Rivera avanza sin sobresaltos, capitalizando el desorden ajeno.
Lo lógico en cualquier manual básico de operación política era cerrar filas en torno a una sola carta, blindarla, posicionarla y salir con todo a territorio. Aquí ocurrió lo contrario: se repartieron guiños, se alentaron ambiciones y se dejó crecer la percepción de que no hay rumbo claro ni mando firme.
El resultado está a la vista: un proyecto de sucesión debilitado antes de tiempo y una figura externa al círculo inmediato de Palacio fortalecida por omisión.
Las interrogantes ya no son menores ni retóricas.
¿Les alcanzará el año y medio que resta para bajar a Ana Lilia Rivera de las encuestas?
¿Lorena Cuéllar será un factor real de impulso o se convertirá en un lastre electoral para quien resulte candidato o candidata?
Porque una cosa es tener el poder formal… y otra muy distinta es saber usarlo sin desgastar al propio ejército. En política, dividir no siempre es reinar. A veces, es cavar la tumba del proyecto propio.
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AHORA SÍ, LA ÚLTIMA Y NOS VAMOS… Los desaciertos del año…En un contexto de desgaste político, los símbolos pesan más que los discursos. Y este año, la administración estatal acumuló errores que, aunque algunos intenten minimizar como “detalles”, terminaron por retratar una desconexión profunda con la identidad, la sensibilidad social y el sentido común.
El episodio del águila calva, símbolo de Estados Unidos en plena conmemoración de la Independencia, junto con los héroes patrios con seis dedos exhibidos en edificios públicos, no fueron simples fallas gráficas. Fueron metáforas involuntarias de un gobierno que perdió el cuidado del detalle, que descuidó la narrativa y que terminó ridiculizando aquello que debía honrar.
El secretario de Turismo, Fabricio Mena Rodríguez, logró lo impensable: colocar a Tlaxcala en la conversación nacional. Sí. Pero como meme. Y lo verdaderamente grave no fue el error inicial, sino la reacción posterior: ni disculpa, ni autocrítica, ni responsabilidad asumida. Solo explicaciones forzadas y soberbia institucional.
A ese escenario hay que sumarle una legión foránea costosa en la nómina, pero invisible en resultados. Funcionarios importados que no entienden el territorio, no leen el contexto y no generan impacto. Todo esto mientras estalla la crisis de las camionetas blindadas, que no utiliza el gabinete de seguridad, sino familiares de quien ostenta el poder, exhibiendo un uso patrimonial del Estado que contradice cualquier discurso de austeridad o cercanía con la gente.
El mensaje que queda es demoledor: un gobierno que se equivoca en lo simbólico, falla en lo operativo y se encierra en la soberbia. Porque en política, los errores pueden corregirse; la arrogancia, casi nunca.
Al final, como dicta el viejo refrán que hoy cobra plena vigencia: no tiene la culpa el indio, sino quien lo hace compadre. Y en este caso, las decisiones y los desaciertos tienen nombre y apellido.
