En tiempos donde la democracia se tambalea entre el desinterés y la
desinformación, el 1 de junio enfrentaremos un ejercicio inédito: elegir a quienes
integrarán el Poder Judicial. Suena importante, porque lo es. Pero a veces no lo
parece.
Después de meses de campañas —discretas para unos, ruidosas y hasta
pintorescas para otros—, cabe preguntarse: ¿sabemos realmente quiénes son las
más de 200 personas que buscan un lugar como ministros, magistrados o jueces?
¿Nos informamos? ¿Nos interesa?
Hay quienes nunca abrieron una red social, no recorrieron municipios ni debatieron
una sola propuesta. Y hay quienes sí: abogados y abogadas que, contra la corriente,
se tomaron en serio su papel, compartieron ideas, escucharon y caminaron. Algunos
incluso bailaron en TikTok. A veces con gracia, a veces con pena ajena. Todo por
“conectar” con el electorado. Qué tiempos.
En lo personal, sí pienso ir a votar. No por simpatía ni carisma, sino por quienes han
construido trayectorias serias, conocen el derecho más allá del eslogan y entienden
que la justicia no se improvisa con filtros de Instagram.
¿Qué el proceso ha sido confuso? Sí. ¿Qué hay incertidumbre sobre los resultados
y su custodia? También. ¿Qué mucha gente ni siquiera sabía que elegiríamos a
jueces? Ni hablar. Pero, a pesar de todo, sigue siendo nuestro derecho. Y más aún:
es nuestra responsabilidad.
No sabemos si esta elección será para bien o para mal. Lo sabremos diez días
después, con los resultados en mano… o quizá mucho después, cuando tengamos
que vivir las consecuencias. Pero eso sí: es lo que hay.
Y si bien la desilusión democrática es comprensible, el abstencionismo nunca ha
sido solución. Porque, aunque suene duro, cuando uno no elige, otros eligen por
uno. Y luego no hay que quejarse si la justicia se vuelve más espectáculo que
Estado de Derecho.
Así que hoy, a pesar de todo, la pregunta es para ti, lector, lectora, ciudadanía:
¿Vas a dejar tu decisión en manos de la apatía o vas a ejercer tu derecho a
elegir, con todo y sus claroscuros, porque —como dijo Carlos Fuentes— aquí
nos tocó vivir?