Sin embargo, en tres años todo puede pasar, y la actual situación de Morena en Tlaxcala refleja una inminente fractura interna que podría complicar su panorama. La disputa entre los grupos del lorenismo y del riverismo, liderados por Ana Lilia Rivera, no solo evidencia la falta de unidad, sino que también resalta la creciente tensión dentro de un partido que, hasta hace poco, parecía gozar de una hegemonía política en la entidad.
La administración morenista de Lorena Cuéllar enfrenta un deterioro de su imagen, marcado por una caída en popularidad y cuestionamientos sobre la transparencia en el manejo de recursos públicos. La reciente auditoría de la ASF, que señala irregularidades financieras, añade un nuevo obstáculo a un gobierno que ya lucha por mantener la confianza de los ciudadanos. En este contexto, la posibilidad de que la oposición, conformada por el PRI, el PAN, PRD y Movimiento Ciudadano, capitalice esta situación se vuelve cada vez más plausible.
La lucha por la candidatura a la gubernatura de 2027 entre Ana Lilia Rivera, la carta morenista más fuerte por encabezar los sondeos recientes, y los rostros del equipo de la gobernadora Lorena Cuéllar, como son el alcalde capitalino Alfonso Sánchez García; el Director de Gobernación y suplente del senador José Antonio Álvarez Lima, Luis Vargas; y la secretaria nacional de Turismo, Josefina Rodríguez Zamora, revela una lucha de poder que podría resultar en la fragmentación de Morena.
Rivera, quien ha mantenido un distanciamiento de la gobernadora Lorena Cuéllar, cuenta con el respaldo de figuras clave a nivel nacional, como la presidenta Claudia Sheinbaum y el propio exgobernador de Tlaxcala, José Antonio Álvarez Lima. Por su parte, Sánchez García se beneficia de la cercanía que mantiene con Cuéllar, lo que podría brindarle aparente ventaja en este escenario competitivo.
El panorama no es tan simple. La supuesta unión entre ciertos sectores de Morena y el PRI, orquestada por Beatriz Paredes Rangel, sugiere que la exgobernadora podría estar tejiendo una red de alianzas que amenazan con debilitar aún más la cohesión morenista. Esta maniobra no solo pone en riesgo la estabilidad del partido, sino que también abre la puerta a que el PRI recupere terreno perdido, una posibilidad que no debe ser subestimada.
Es evidente que la división interna en Morena no es simplemente una cuestión de rivalidades personales; es un reflejo de una crisis de liderazgo y dirección. Si no se aborda de manera efectiva, esta fractura podría erosionar las bases del partido y facilitar el regreso de una oposición que, aunque debilitada, sigue buscando la oportunidad de volver al poder. La historia política de Tlaxcala está plagada de ejemplos de alianzas inesperadas y cambios de lealtades, y el momento actual parece ser un terreno fértil para que estas dinámicas se repitan.
La pregunta que todos nos hacemos es: ¿logrará Morena superar estas divisiones y mantener su relevancia en el panorama político del estado? Si no se encuentran soluciones a los conflictos internos y no se logra consolidar una imagen de transparencia y compromiso con los ciudadanos, el camino hacia 2027 se vislumbra lleno de obstáculos. La fragmentación y la falta de unidad no solo amenazan el futuro del partido, sino que también podrían sentar las bases para un resurgimiento de una oposición que, aunque hoy parezca débil, puede encontrar fuerzas renovadas en el caos morenista.
¿Se imagina, estimado lector, que un morenista que no sea beneficiado con la candidatura se vaya a la oposición con una posible alianza entre el PAN, PRI y PRD?
Suena inverosímil, pero en 1998 y 2004 nadie daba un peso por Sánchez Anaya y Ortiz Ortiz para derrotar a un poderoso PRI, y lo hicieron.
Ahora, la historia puede repetirse en Morena. ¡Al tiempo!

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