Tlaxcala, tierra de promesas incumplidas. Hoy, con la publicación del acuerdo intersecretarial que declara inviable el proyecto del Autotrén, se confirma una vez más que la esperanza es lo último que se pierde, pero a veces también lo último que queda.

Recuerdo con nitidez el anuncio del Autotrén en marzo de 2023. Se hablaba de una «solución tecnológica de movilidad sustentable», un tren que nos llevaría a un futuro verde y sin congestionamientos. Las imágenes mostraban un transporte moderno, eficiente y ecológico, una solución a los problemas de tráfico y contaminación que aquejan a la capital.

El entusiasmo fue palpable. La ciudadanía se ilusionó con la posibilidad de un transporte público digno, una alternativa real al caos que vivimos a diario. Pero, como suele suceder, la realidad se impuso con la crudeza de un golpe en la cara. El proyecto, que se anunció con bombo y platillo, resultó ser un espejismo en la autopista del progreso.

El alto costo y la falta de impacto significativo en la mejora del servicio de transporte colectivo, son las razones esgrimidas para la inviabilidad del Autotrén. Una justificación que deja un sabor amargo en la boca. ¿Cómo es posible que un proyecto tan ambicioso, tan prometedor, se haya esfumado en el aire sin dejar más que un rastro de frustración?

La pregunta que surge es: ¿quién nos engañó? ¿Fue una mala gestión, una falta de planeación o una simple ambición desmedida? La respuesta, lamentablemente, no importa tanto como la realidad que nos ha dejado: un vacío en la promesa de un futuro mejor, una sensación de impotencia ante la ineficacia de nuestras autoridades.