La denuncia pública de lo ocurrido este fin de semana en el Hospital General del IMSS-Bienestar de Calpulalpan, y en otros lugares, no es un hecho aislado ni un caso menor. Es un reflejo preocupante de la profunda crisis en la que se encuentra el sistema de salud en México. No estamos hablando de simples descuidos logísticos o de una crisis pasajera, sino de una falla estructural que compromete vidas y que evidencia el fracaso de un proyecto que prometía transformar la atención médica en el país.

¿Se imagina llegar a un hospital público en una situación de urgencia y encontrarse con que no hay medicamentos, ni equipo, ni siquiera alimentos básicos para los pacientes? Esto no es una exageración; es lo que vivieron este fin de semana los pacientes y sus familias en Calpulalpan. Un sistema de salud que pretendía emular estándares internacionales, como el modelo danés, ha quedado reducido a una serie de promesas incumplidas y carencias que golpean a los más vulnerables.

Lo más grave no es solo la falta de medicinas, equipos médicos o alimentos para los enfermos; lo verdaderamente aterrador es cómo hemos comenzado a normalizar este estado de precariedad. Que un paciente no encuentre insumos básicos ya no genera indignación; se ha convertido en parte del día a día de un sistema que no logra salir del caos.

Y mientras esto ocurre frente a los ojos de la opinión pública, las autoridades competentes permanecen en un silencio alarmante. La falta de una respuesta clara, de un plan de acción o al menos de un reconocimiento de la magnitud del problema, añade una capa adicional de frustración y desesperanza. Es como si el sufrimiento de los pacientes y el esfuerzo de los trabajadores de la salud no fueran suficientes para encender las alarmas.

Lo más desconcertante es que este escenario no era imprevisible. Desde su anuncio, el proyecto del IMSS-Bienestar enfrentó críticas de expertos que señalaron la falta de planificación, de recursos suficientes y de una estrategia clara. Sin embargo, el gobierno optó por ignorar las advertencias y avanzar en un modelo que, lejos de solucionar los problemas existentes, los ha exacerbado.

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LA CAMINERA...¿Oso!El alcalde de Telolocholco, Valentín Méndez, está en el ojo del huracán tras ser acusado de entregar juguetes del Juguetón Azteca adjudicándolos como suyos. El periodista Jorge Garralda, del programa «A Quien Corresponda», denunció públicamente el acto, evidenciando que los regalos forman parte de una campaña altruista liderada por TV Azteca con el apoyo de miles de donantes.

El hecho ha desatado indignación a nivel nacional, con críticas que tachan al edil de oportunista por desvirtuar el propósito de solidaridad de esta iniciativa. Méndez aún no ha emitido un pronunciamiento oficial, mientras el caso continúa siendo tema de debate público.

El edil salió a defenderse, pero parece que le echó más gasolina al fuego, y de pasó exhibió los donativos paupérrimos de algunos representantes populares, que se gastan más en sus compras del supermercado, que en donar juguetes.

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AHORA SÍ, LA ÚLTIMA Y NOS VAMOS...¿Incompetente?La Universidad Tecnológica de Tlaxcala (UTT) vivió días críticos debido a presuntas irregularidades académicas, incompatibilidad de horarios y la falta de infraestructura, dejando a cientos de estudiantes sin clases. Ante la falta de respuesta del rector Lenin Calva Pérez y su equipo, tuvo que ser el gobierno a través de Gobernación  quien mediara para evitar que el conflicto se desbordara, evidenciando la incapacidad de las autoridades universitarias para gestionar la situación.

Los estudiantes denunciaron la actitud prepotente del rector y lamentaron la intimidación con la presencia de policías, en lugar de soluciones. Este episodio deja una mancha en la gestión de Calva Pérez, mostrando la urgencia de un liderazgo universitario más comprometido y eficiente.

Por lo que se ve, al ex diputado local le quedó grande el cargo.