En Tlaxcala, la justicia está dejando de ser un derecho y se está convirtiendo en una respuesta a golpes. En calles, plazas y barrios, cada vez son más frecuentes los casos donde ciudadanos, hartos de la impunidad, deciden actuar por su cuenta. El saldo de esta justicia improvisada ya no se mide en golpes, sino en vidas.

El linchamiento de un hombre en San Miguel Xochitecatitla, acusado de abusar sexualmente de una menor, marcó un punto de quiebre. Ya no se trata de “escarmientos” ni de ciudadanos furiosos, sino de una sociedad que ha comenzado a tomar la justicia en sus manos ante la desesperación de no ver resultados de las instituciones. La policía, simplemente, no llega a tiempo… o no llega.

Dias después, la noche del viernes 4 de abril del 2025, en San Pablo del Monte, un caso similar casi termina en tragedia: una pareja y una menor fueron confundidos con secuestradores. La turba los golpeó, quemó su camioneta y solo la intervención del protocolo contra linchamientos evitó otro muerto. A la mujer incluso se dice que recibió martillazos en la cabeza.

Sin embargo, según un testigo, todo se trató de una confusión, ya que el hombre golpeado es familiar de la niña a quien iba a recoger a su domicilio. Al parecer, la menor no quiso irse con él, provocando jaloneos, lo que hizo pensar a los vecinos que querían privarla de la libertad.

Y para no variar, el sábado 5 de abril,  un hombre fue rescatado por policías estatales y municipales en San Buenaventura, Papalotla, después de ser retenido, atado a un poste y agredido por pobladores que lo acusaban de robar junto con un cómplice, una motocicleta que se encontraba estacionada frente a un domicilio.

No son hechos aislados: en Papalotla, en Nativitas, en San Pablo del Monte. Los intentos de linchamiento y los asaltos con violencia se multiplican. Hay niños y familias aterradas, escuelas suspendiendo clases, casas saqueadas, negocios en crisis y comunidades enteras que ya no esperan justicia: actúan.

Tlaxcala está atrapada en un bucle peligroso: la delincuencia organizada gana terreno, los cuerpos policiacos están rebasados, y la ciudadanía comienza a ver en el castigo físico una forma inmediata de obtener justicia. Se trata de una lógica primitiva, pero lógica al fin: “si no hay justicia legal, habrá justicia popular”.

El problema no es nuevo, pero sí es más grave. Los protocolos contra linchamiento se activan cada vez más seguido, y eso no es un logro, es una alarma. ¿Cuántas vidas deben quedar colgando de un poste o ser arrastradas por el suelo para que el Estado reaccione con algo más que gas lacrimógeno y comunicados?

En cada uno de estos casos, las autoridades estatales y municipales aparecen como bomberos que llegan cuando el incendio ya consumió la casa. Hay operativos, sí. Hay investigaciones, claro. Hay discursos, siempre. Pero no hay resultados.

La impunidad, la corrupción, la falta de patrullajes reales y de presencia efectiva en los barrios más conflictivos ha llevado a que los ciudadanos no confíen ni en la policía ni en el Ministerio Público. “Mejor lo agarramos nosotros”, dicen los vecinos. Y lo hacen.

El riesgo de vivir en una sociedad donde cada quien dicta su sentencia es altísimo. Porque el linchamiento no es justicia: es barbarie. No distingue entre culpables y confundidos. Hoy puede ser un ladrón o un violador, mañana un inocente.

Si la gobernadora Lorena Cuéllar y los alcaldes que participan en las mesas de seguridad no son capaces de la autocrítica para corregir lo que han hecho mal, luego será demasiado tarde. Al tiempo.

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LA CAMINERA...El silencio cómodo…Mientras los políticos locales se distraen en selfies e informes que nadie lee, en los barrios de Tlaxcala la gente comienza a hacer justicia por su cuenta. El miedo se volvió rutina. La violencia, cotidiana. Y el mito de la paz provinciana ya no se sostiene.

Tlaxcala se está endureciendo. La bestia ya despertó, y con ella, el hartazgo.

Y mientras todo esto ocurre, los partidos de oposición a Morena guardan silencio. No denuncian, no proponen, no exigen. Un silencio «cómplice», que los convierte en espectadores de una realidad que también los rebasa.

Aquí, la justicia ya huele a gasolina, a humo y a rabia. Y mas tarde que nunca, ningún protocolo será suficiente.

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AHORA SÍ, LA ÚLTIMA Y NOS VAMOS...El amor hace cometer errores…27 años después, Alfonso Sánchez Anaya rompe el silencio: “Fue un error y su mayor error, revela al haber impulsado a su esposa para la gubernatura… lo hice por amor”.

El exgobernador de Tlaxcala se confiesa sin rodeos: reconoce excesos, defiende decisiones y abre la puerta a un relevo familiar en el poder. Ve en su hijo, Alfonso Sánchez García, posibilidades reales de gobernar Tlaxcala.

Admite que los secuestros crecieron durante su sexenio, pero afirma que con una advertencia firme a sus funcionarios—»uno más y se van»— se acabaron.

Desde su casa y con la experiencia de quien ya gobernó, lanza un consejo a los políticos de hoy: “Es mejor decir verdades incómodas que vivir corrigiendo mentiras”.

Aquí la nota completa….

Confesiones de ASA : Fue un error candidatear a su esposa pero “fue por amor”; y ve a su hijo como gobernador