No estuvo la gobernadora, pero la rechifla fue para ella. Bastó que “Chuponcito” —el comediante vinculado a un proceso por acoso sexual— pidiera una porra para Lorena Cuéllar en el festejo del Día del Maestro, para que la respuesta fuera inmediata y sonora: ¡buuu!.
No fue un accidente. Fue un síntoma.
Tlaxcala ya no aplaude por compromiso. El descontento rebasa el control de los filtros oficiales, los discursos optimistas y los boletines de papel brillante. Lo que antes se maquillaba con ediciones convenientes, ahora se grita sin miedo en los eventos públicos. La narrativa institucional habla de progreso; la realidad, de crisis. Y la gente ya no está dispuesta a callar.
Esta semana, mientras los reflectores del gobierno estaban puestos en la Olimpiada Nacional de la Conade, las calles contaban otra historia: el transporte público colapsado, más de 300 unidades sitiando Tlaxcala capital, choferes exigiendo la renuncia del secretario de Movilidad, Marco Tulio Munive, y miles de personas caminando para llegar a sus destinos, en medio del caos total.
Y si el transporte es un caos, el sector salud es una tragedia. Pacientes con insuficiencia renal sin acceso a hemodiálisis por culpa de una empresa ineficiente, contratada por el propio gobierno. Insumos que no llegan, servicios que se suspenden, vidas que se arriesgan. Y, al fondo, un silencio institucional que indigna.
Mientras tanto, en Palacio de Gobierno se toma la decisión más cuestionable: ignorar el fuego y bailar en la ceremonia. La comunicación institucional se volcó por completo a difundir imágenes del evento deportivo. La gobernadora, ausente en la protesta, ausente en el conflicto, pero omnipresente en los boletines.
Y ahí es donde todo hace crisis: en la desconexión. La Secretaría de Gobierno y su Dirección de Gobernación, con sus flamantes titulares, han demostrado que el cargo no hace al operador. La labor de inteligencia política no es “tuitear” eventos ni controlar medios: es prevenir conflictos, anticipar reventones, construir soluciones. Y hoy, no lo hacen.
Pero quizá lo más revelador no fue el caos en las calles, ni la tragedia en los hospitales, ni la indolencia de los funcionarios: fue el abucheo. El buuu espontáneo, crudo, visceral. Porque ese sonido es el eco de lo que muchos tlaxcaltecas sienten, pero no tienen forma de expresar. Es el síntoma de un gobierno que ha perdido el vínculo con su gente, de una mandataria rodeada de un equipo que la aísla y que, lejos de cuidarla, la empuja al desgaste.
Reclamos públicos, reclamos en redes, comentarios que se borran por incomodar. ¿Eso soñó la gobernadora más votada de la historia de Tlaxcala? ¿Gobernar rodeada de filtros y rechazos, con un gabinete que la deja sola frente al abismo de la desaprobación?
Hay quienes dicen que los abucheos no importan. Pero a veces, un simple buuu dice más que mil encuestas. Y a estas alturas, hasta eso está dejando de escucharse… porque cuando el pueblo deja de reclamar, empieza a renunciar.