La política tlaxcalteca atraviesa una paradoja cruel: la ciudadanía grita con fuerza en los espacios digitales, pero el poder se hace el sordo. El más reciente informe de escucha digital de Impulso Mercadológico no deja lugar a dudas: Tlaxcala está enojada, preocupada y, sobre todo, profundamente decepcionada. El problema es que esa conversación ocurre frente a autoridades que, en el mejor de los casos, no entienden… y en el peor, prefieren ignorar.
Las elecciones judiciales, que deberían haber sido una muestra de fortalecimiento institucional, fueron todo lo contrario. Una tasa de votos nulos escandalosa, participación bajísima y un repudio medido en -90 puntos de percepción ciudadana. No se votó con esperanza, se votó con fastidio. Y lo más grave es que la reacción institucional no fue el mea culpa, sino el silencio autocelebratorio. Votaron por jueces y magistrados, pero eligieron el desencanto.
Los nuevos nombramientos judiciales fueron leídos, por la mayoría, como cuotas políticas disfrazadas de institucionalidad. La sospecha no es gratuita: perfiles sin experiencia, vínculos partidistas evidentes y una narrativa que refuerza lo de siempre: en Tlaxcala, el mérito es lo de menos. La justicia está en oferta… y no hay descuentos para la dignidad pública.
La inseguridad se ha vuelto rutina: asaltos, ejecuciones y una violencia que recorre tanto la capital como los municipios más alejados. Las redes están saturadas de testimonios, videos y denuncias. El gobierno, mientras tanto, publica comunicados sin alma ni soluciones. El índice de percepción negativa alcanza los -61 puntos, pero nadie en el gabinete parece escuchar. Gobernar no es mandar boletines; es asumir que hay una emergencia.
El homicidio de un funcionario morenista debería haber encendido las alertas al más alto nivel. Pero lo único que provocó fue una oleada de dudas. La justicia no solo no llega: ni siquiera arranca. Lo único más inquietante que el crimen es el silencio posterior. En Tlaxcala, incluso la tragedia parece gestionarse como un asunto incómodo, no como una emergencia de Estado.
La marcha LGBTIQ+ dividió opiniones, como suele ocurrir. Pero más allá del debate entre conservadurismos y progresismos, quedó una verdad dolorosa: no existe una política pública integral para la diversidad. Mucho arcoíris, poco compromiso. El gobierno acompaña simbólicamente, pero legisla y actúa con la misma tibieza de siempre.
La escucha digital no es un lujo ni una moda: es un termómetro de legitimidad. Y hoy, ese termómetro marca fiebre alta. Tlaxcala grita en redes, se organiza, denuncia, exige. Pero la clase política está encerrada en sus grupos de WhatsApp, convencida de que el mundo se reduce a sus aplausos internos. Si el poder no afina el oído, lo que viene no será diálogo, sino ruptura. Y cuando los gobiernos pierden la escucha, la democracia pierde el alma.
Hoy, quien despacha en Plaza de la Constitución, no oye,no escucha y no habla.