A mi querido pueblo de México:
En la epístola anterior señalé que las desgracias evidentes parecieran ser las más importantes y que cuando es difícil materializar el objeto causal de estas, optamos por actuar individualmente y no colectivamente. También les comenté que la desgracia pandémica pudo ser evitada eficazmente meses atrás. A propósito aquí tienen el relato:
En los primeros días de febrero había información cierta de que el virus SARS-COV2 mejor conocido como “el coronavirus” en México, tarde o temprano llegaría a territorio nacional, sin embargo, con referencia al tema, el gobierno mexicano no sabía cómo enfrentarlo, cómo actuar o, simplemente, no le importó. Hay que recordar que para ese entonces los principales temas de la agenda nacional eran el movimiento feminista y el circo denominado “rifa del avión presidencial”.
A ciencia cierta nunca sabremos que llevó al gobierno federal a desestimar la peligrosidad del virus y a restarle importancia a lo que sería una de las causas más importantes de muerte en 2020.
Para que este recuento sea entendible, propongo hacer una analogía de México:
Si visualizamos a nuestro país como una casa, inmediatamente razonaremos que los puntos de entrada son las puertas.
Para el caso de México, esta analogía debe referirnos a que las puertas de entrada y salida del país son los cruces fronterizos terrestres (garitas), los puertos marítimos y los aeropuertos internacionales.
Dado que el virus es transmisible entre humanos, el menor riesgo se encontraba en los puertos marítimos porque a esa infraestructura no llegan pasajeros de otros países, el transporte marítimo se enfoca principalmente en el transporte de carga y en ella no se transmite el virus.
Pues bien, toca el turno de enfocarnos en los cruces fronterizos terrestres. Sin embargo en los inicios de febrero, el virus no estaba focalizado en la parte sur de los Estados Unidos (frontera norte de México) ni mucho menos en Centroamérica (frontera sur de México). Entonces, la única amenaza inminente en ese momento procedía de los aeropuertos internacionales porque eran estos los que recibían viajeros de las zonas de alto contagio de aquel momento: Europa y Asia.
Es justamente este ejercicio de análisis el que nos permite darnos cuenta de que las autoridades federales tuvieron que haber centrado sus esfuerzos en los aeropuertos internacionales para evitar que el virus llegara al país y si entraba, tener control efectivo de las personas contagiadas que habían ingresado al país.
Ahora bien querido pueblo de México, la posibilidad de haber controlado la situación era más accesible si consideramos que solo dos aeropuertos internacionales en febrero tenían contacto directo con destinos en Europa y Asia. Me refiero al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México y al Aeropuerto Internacional de Cancún.
El aeropuerto de la capital del país, el más importante a nivel nacional, a principios de febrero tenía dos vuelos directos procedentes de China, los cuales nunca fueron suspendidos hasta que, por iniciativa de las aerolíneas chinas decidieron finalizar sus operaciones. En tanto, el aeropuerto de Cancún continuó recibiendo vuelos de Europa hasta que por iniciativa de las aerolíneas Europeas decidieron suspender operaciones por el bajo número de pasajeros que volaban en esos momentos. Los vuelos procedentes de Europa con aerolíneas mexicanas y aerolíneas del viejo continente, nunca dejaron de operar.
El problema no era la operación de los vuelos porque la aviación funciona con los más altos estándares de calidad en todos los aspectos. Tenga usted claro eso. La aviación es por mucho la actividad humana más regulada. Entonces, el problema estaba en el control de entrada de las personas procedentes de destinos considerados como focos de infección importantes. Se tenía que identificar plenamente con nombre, apellido y domicilio a los viajeros para concentrar las cuarentenas en unas pocas personas y no en la totalidad de la población.
Con estos parámetros, la labor de contención del gobierno mexicano estaba bien definida, sin embargo la pregunta que reluce en las circunstancias actuales es ¿por qué no hicieron algo? Acaso ¿no recibieron instrucciones los servidores públicos de los aeropuertos por parte de funcionarios de alto nivel? ¿Por qué el presidente López Obrador no tuvo la determinación para centrar sus esfuerzos en tan solo dos aeropuertos? ¿Habrán analizado la situación al menos como lo hemos hecho líneas arriba?
Las preguntas son muchas pero el desconcierto es enorme porque en estos primeros días de agosto, México es ya el tercer lugar mundial de fallecimientos por COVID-19, aspecto que ni remotamente se pensaba en los primeros días de febrero. Es lamentable que México se encuentre flanqueado por Estados Unidos, gobernado por el histérico Donald Trump, y por Brasil, gobernado por el torpe Jair Bolsonaro.
Me cuesta trabajo pensar que un primer mandatario como el presidente de México haya dejado pasar la oportunidad de haber prevenido esta desgracia, me cuesta más trabajo aceptar que quizás dijo conscientemente que la pandemia había llegado “como anillo al dedo”. Lo que si es cierto es que la atención a la pandemia no es una prioridad para el gobierno federal. Al parecer nunca lo fue y nunca lo será.
Encontrar un culpable después de una desgracia es una constante, pero estas líneas no buscan encontrarlo, buscan hacer conciencia que los accidentes y las tragedias no pasan por una sola razón, son multifactoriales, pero a veces hay un factor que es preponderante y en esta desgracia ocasionada por la pandemia nos hace pensar en que el gobierno pudo haber hecho más que innecesarias conferencia de prensa todos los días. Al final, esto se traduce en mucho ruido y pocas nueces. Las cifras no mienten hay más de 40 mil muertos que son llorados y extrañados, mexicanos que murieron en una habitación sin poder despedirse de su gente. Que esto sirva para actuar cuando es el momento oportuno. Que esto sirva para que el gobierno no se enfoque en campañas políticas eternas. Que el gobierno actúe y que el pueblo exija siempre lo que le pertenece.
Me despido de usted pidiéndole atentamente que nunca olvide respetar a México. Nos saludamos en la siguiente carta.