El secretario de Gobierno de Tlaxcala, Luis Antonio Ramírez Hernández, pidió a las y los tlaxcaltecas “vivir sin miedo” y confiar en las autoridades en materia de seguridad. Lo hizo justo en la semana en que la percepción ciudadana alcanzó uno de sus puntos más críticos de la administración,  según el más reciente reporte de Escucha Digital, con un saldo emocional negativo de -93 en redes sociales y medios: miedo, coraje e impotencia fueron las emociones dominantes.

El contexto de la declaración no es menor: entre ejecuciones, robos, cuerpos hallados y balaceras en los últimos días, el llamado del secretario llamó la atención de la prensa y de la sociedad, que reaccionó en redes con escepticismo, incredulidad e incluso indignación.

Parece que, para el gobierno, quienes deben vivir sin miedo son los ciudadanos de a pie: los que no tienen escoltas, los que viajan en transporte público y no en Suburbans blindadas. Pero esa narrativa solo funciona dentro del filtro polarizado de los boletines oficiales. En la calle, en los grupos de WhatsApp, en la tiendita o en las redes, la conversación va por otro lado.

¿Quién va a creer el discurso de seguridad si los hechos lo contradicen todos los días? ¿Cómo pedirle a una madre que “no tenga miedo” cuando su hijo no regresa por la noche? ¿Cómo confiar en las autoridades?

Hoy, el principal problema no es que la ciudadanía tenga miedo. Es que el gobierno parece tener más miedo de reconocer la realidad que de enfrentarla.

¿Qué tendría que pasar para que esa narrativa del segundo a bordo funcione?

Primero, coherencia entre discurso y acción. Si pides vivir sin miedo, entonces demuéstralo. Sal del blindaje. Acércate a la gente, rinde cuentas, da entrevistas a los medios, haz recorridos sin protocolo militarizado.

Segundo, reconocer la presencia de células criminales no es rendirse: es aceptar que hay un problema. La negación constante solo genera desconfianza. Ramírez Hernández rechazó, por enésima ocasión, la presencia del crimen organizado en Tlaxcala, afirmando que se ha combatido a grupos que intentaron establecerse en la entidad. Pero, ¿cómo se lo informas a la población si la política de comunicación del gobierno estatal es un soberano fracaso?

Tercero, hay que dar resultados tangibles, no solo discursos. ¿Dónde están las detenciones relevantes? ¿Cuántas bandas han sido desmanteladas este año? ¿Qué colonias han recuperado la tranquilidad? Basta un ejemplo: en Tizatlán, en pleno Tlaxcala capital, la gente vive con miedo y encerrada.

Cuarto, comunicación con empatía, no con arrogancia. Decirle a la gente cómo debe sentirse desde el privilegio del poder es una receta para el descrédito. Escuchar, en cambio, es la base de cualquier solución efectiva.

Tlaxcala no necesita discursos valientes en micrófonos custodiados. Necesita decisiones valientes desde el gobierno. Porque mientras Luis Antonio Ramírez pide no tener miedo, la calle grita otra cosa. Y ese eco no se apaga con frases hechas, ni con camionetas blindadas.

Ayer, Luis Antonio Ramírez Hernández pidió a las y los tlaxcaltecas “vivir sin miedo”.

Hoy, la pregunta obligada es: ¿Cómo hará para que esa narrativa funcione y la gente la crea?

¡Menuda tarea!

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LA CAMINERA…¿Quién será el funcionario que terminó molesto ya que la gobernadora ha dejado de pedirle tareas propias de su encargo?.

Una pista: El bisoño aprendiz de funcionario molesto por lo anterior, se dedicó la semana pasada a hostigar y amenazar a medios de comunicación que se han encargado de decir la verdad.

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AHORA SÍ, LA ÚLTIMA Y NOS VAMOS…Declaraciones de lujo…Para demostrar que la forma de comunicar es extraña, basta recordar la declaración del Secretario de Seguridad Ciudadana, Alberto Martín Perea Marrufo, quien este lunes expresó ante reporteros que la semana de terror que se vivió se debe a “bandas locales” y que pronto habrá detenciones.

¿Entonces por qué no las detienen? Si ya las tienen identificadas, ¿Qué esperan?, se preguntan muchos.

Con casi 100 homicidios dolosos en lo que va del año, su gestión parece no solo un fracaso operativo, sino que sus palabras una afrenta a la inteligencia. Tlaxcala arde, y el discurso oficial sigue siendo negación, excusas y declaraciones huecas que llegan después de los cuerpos.

Duro, pero es la realidad.