La administración de Lorena Cuéllar ha entrado de lleno en su cuarto año de gobierno… y ya va por su cuarto vocero. Una gobernadora en crisis, sin rumbo, extraviada. El problema no está en sus voceros: está en ella misma.

Desde el pasado viernes, el gobierno estatal volvió a quedarse sin rostro, ni voz institucional tras la salida silenciosa de Octavio Ortega Velio, quien apenas llevaba unos meses en el cargo.

Este martes, si no hay cambios de última hora, será presentado oficialmente Antonio Martínez Velázquez, exsecretario de Cultura del estado y exfuncionario federal. Si no hay cambios de última hora, se convertirá en el cuarto responsable de comunicación social.  Todo un récord en una de las áreas más delicadas del gabinete.

Pero lo verdaderamente grave no es cuántas veces se ha cambiado de vocero, sino que ninguno ha logrado contener el desastre comunicacional. Y eso ya no es un problema de técnica: es un problema de conducción política.

Lorena Cuéllar llegó al poder con el respaldo de López Obrador y una votación histórica. Ese capital político se ha dilapidado no solo por los errores de su equipo, sino por una desconexión cada vez más profunda entre la narrativa oficial y la realidad que vive la gente.

A más de la mitad del sexenio, la gobernadora sigue gobernando como si fuera 2021: asistencialismo, eventos masivos, propaganda rosa… mientras la percepción ciudadana se desploma. Las encuestas la colocan entre las mandatarias peor evaluadas del país, aunque en otras intentan darle oxígeno y la ciudadanía exige lo que no llega: seguridad, atención, claridad.

Angélica Domínguez, Augusto Ramírez, Octavio Ortega y ahora Antonio Martínez. Cuatro perfiles distintos —técnicos, políticos, cercanos o lejanos— pero ninguno ha logrado abrir un canal real entre el gobierno y la ciudadanía. La gente tiene miedo en las calles. Y no confía, ni cree en una gobernadora que llora en redes sociales tras entregar aparatos funcionales.

Cambiar de portavoz sin cambiar el mensaje no transforma la percepción. Insistir en estrategias de simulación, opacidad y desdén hacia los medios solo profundiza el descrédito.

Hoy, la rumorología no es chisme: es la única fuente de información que circula. Prueba de ello: la salida de Octavio Ortega ocurrió el viernes… y hasta hoy no hay versión oficial. Solo silencio.

Nadie explica. Nadie aclara. Nadie da la cara. Y eso, en comunicación política, tiene un nombre: vacío de poder.

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LA CAMINERA….Una narrativa desmoronada…Los escándalos recientes —las camionetas blindadas, el contrato de basura por 30 años que pretenden, el caos en salud y seguridad — no han tenido control de daños. Todo se niega, se oculta o se ignora. Pero la opinión pública ya no compra el cuento del Tlaxcala feliz.

Mientras tanto, la comunicación institucional se reduce a decenas de boletines planos, redes sociales apagadas, una narrativa sin alma, sin impacto. Porque como bien se dice: la comunicación no es lo que uno dice, sino lo que el otro entiende… y siente.

¿Un vocero más… o el último error?

El problema ya no es de perfiles. Es de visión. Lorena Cuéllar necesita más que un cuarto vocero: necesita rehacer su gobierno, replantear su narrativa y recuperar el liderazgo que alguna vez tuvo.

¿Cuál es la narrativa de la Nueva Historia en Tlaxcala? Para algunos la Triste Historia o la nueva historia en qué.

Si no lo hace, la comunicación oficial no será la voz del gobierno, sino el acta de defunción de un sexenio que prometía transformación… y se desmorona entre el silencio y la soberbia.

Le quedan menos de tres años. Pero la reputación, como la confianza, no se recupera con boletines. Se gana con verdad, empatía y liderazgo.

Y hoy, la verdad duele, la empatía no se siente y el liderazgo está perdido… entre comunicados sin firmar.

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AHORA SÍ, LA ÚLTIMA Y NOS VAMOS...La crisis que no acaba…El gobierno de Lorena Cuéllar adquirió diez camionetas blindadas, en una operación millonaria que contradijo por completo el discurso de “austeridad republicana” y del  “estado más seguro del país” que promueve la propia mandataria. Mientras la narrativa oficial insiste en la paz y la tranquilidad, los hechos pintan otra realidad: la violencia comunitaria, los robos y la percepción de inseguridad siguen en aumento, y el blindaje institucional parece responder más al temor interno que a la protección ciudadana.

La decisión, además, desobedece el llamado de la propia dirigencia nacional de Morena —en voz de Luisa Alcalde— que exhortó a los gobiernos estatales a no comprar camionetas de lujo ni blindadas. ¿Tlaxcala no escuchó? ¿O simplemente decidió ignorar el mensaje?

Hoy estará en Tlaxcala Luisa María Alcalde, y la pregunta es inevitable: ¿hará válida su palabra o se subirá también al #GateBlindadas?